El discernimiento de los espíritus (III)

Por Un Monje Benedictino

San Antonio Abad 01 (01)
San Antonio Abad, maestro de la discreción de espíritus

Espíritu del mundo: cuando la Biblia habla del mundo como enemigo del alma, no se refiere a todas las creaturas del mundo en cuanto creadas por Dios porque, como tales, son buenas y bellas y un reflejo de la bondad de Dios y de su presencia, sino a todo lo de este mundo marcado por el pecado, en el modo de pensar y de vivir donde nunca está Dios, la fe, lo sobrenatural, la gracia, la Cruz, la renuncia, y menos la perspectiva de la vida eterna y la fe en que, después de muertos, según hayamos obrado iremos al cielo, al purgatorio o al infierno. Consiste en un mero naturalismo sin nada de sobrenatural.

San Juan define así al mundo:
Todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida (1). Es decir todo lo que alimenta nuestro yo y nuestras pasiones, nuestro egoísmo y soberbia: concupiscencia de la carne: centrarse exclusivamente en el cuerpo, su salud, belleza, juventud, alimento, vestido, peso, estar en forma, etc. Concupiscencia de los ojos: uso desmedido de la vista por ejemplo en los mass media. Soberbia de la vida: considerarse absolutamente autónomo, sin Dios, sin familia, sin comunidad, creer que uno solo es la medida exclusiva de todo tratando tiránica y cruelmente a los demás, para que todos se arrodillen ante uno y hagan lo que uno quiera. Propio del mundo es el odio a Cristo y a los cristianos fieles a Cristo, para perseguirlos y matarlos: «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Su fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo (2). Cualquiera, pues, que desee ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios (3).

Espíritu humano: es el espíritu que cada uno tenemos, de él dice el Apóstol: En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? (4)

El gran obstáculo para escuchar la voz de Dios y seguir su Espíritu, es dejarse arrastrar por las voces de los enemigos del alma. Y es común que esto suceda si caemos sobre todo en el fariseísmo, la mentira o la falsedad, es decir, el revestir de voz de Dios las voces de nuestro amor propio o de los enemigos del alma. El disfrazar de bueno lo malo, etiquetándolo como “Voz de Dios”, o “voluntad de Dios”. No por nada nuestro Señor Jesucristo fustiga implacablemente a los fariseos. Los efectos terribles de esta mentira los contemplaremos en la Cuaresma que pronto comienza, sobre todo durante la Pasión del Señor: porque fueron los fariseos, sacerdotes o laicos, quienes mataron a Jesús revistiendo un crimen nefando, so capa de religiosidad y para preservar el orden social.

Invoquemos mucho al Espíritu Santo para que nos conceda el don del discernimiento de las voces, o espíritus que nos hablan al corazón, para no equivocarnos y seguir siempre la voluntad de Dios y no otras voces; para no errar en la vocación que cada uno tenemos. Y a los que tenemos almas que guiar como padres de familia, o en otros ámbitos, nos dé la gracia de discernir lo que Dios quiere de nuestros hijos, de las demás personas, para guiarlos, no hacia lo que quiere nuestro amor propio, el mundo, la carne, nuestro respeto humano o cualquier otro espíritu extraño, sino sólo hacia lo que quiere Dios y sus planes. Pues no somos señores de nuestra alma y del alma de los demás sino meros servidores y administradores de la voluntad de Dios, y de su Voz, y no administradores de nuestra propia voluntad o lógica sin Dios, o de cualquier otro espíritu que no sea Dios. De este discernimiento depende nuestra salvación, y la salvación de los demás.

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(1) 1 Jn 2, 16.
(2) Jn 15, 18-19.
(3) St 4, 4.
(4) 1 Co 2, 11.