Hay que orar con humildad (II)

Posted by: Ioseph

Niños Rezando 01 (01)

Es verdad de fe que sin la ayuda de la gracia de Dios no puede el hombre hacer obra alguna buena, ni siquiera tener un santo pensamiento. Así lo afirmaba también San Agustín: Sin la gracia de Dios no puede el hombre ni pensar ni hacer cosa buena. Y añadía el mismo santo: Así como el ojo no puede ver sin luz, así el hombre no puede obrar bien sin la gracia. Y antes lo había escrito ya el Apóstol: No somos capaces por nosotros mismos de concebir un buen pensamiento, como propio, sino que nuestra suficiencia y capacidad vienen de Dios.
Lo mismo que siglos antes había confesado el rey David, cuando cantaba:
Si el Señor no es el que edifica la casa, en vano se fatigan los que la edifican. Vanamente trabaja el hombre en hacerse santo, si Dios no le ayuda con su poderosa mano. Si el Señor no guarda la ciudad, inútilmente se desvela el que la guarda. Si Dios no defiende del pecado el alma, vano empeño sería quererlo hacer ella con sus solas fuerzas. Por eso decía el mismo real profeta: No confiaré en mi arco. No confío en la fuerza de mis armas, solamente Dios me puede salvar.

El que sinceramente tenga que reconocer que hizo algún bien y que no cayó en más graves pecados, diga con el apóstol San Pablo:
Por la gracia de Dios soy lo que soy. Y por esta misma razón debe vivir en santo temor, como quien sabe que a cada paso puede caer. El que piense estar firme cuídese de no caer. Con estas palabras, que son del mismo apóstol, nos quiso decir que está en gran peligro de caer el que ningún miedo tiene de caer. Y nos da la razón con estas palabras: Porque si alguno piensa ser algo, se engaña a sí mismo, pues verdaderamente de suyo nada es.

Sabiamente nos recordaba lo mismo el gran San Agustín, el cual escribió:
Dejan muchos de ser firmes, porque presumen de su firmeza. Nadie será más firme en Dios que aquel que de por sí se crea menos firme. Por tanto si alguno dijere que no tiene temor, señal será que confía en sus fuerzas y buenos propósitos; pero los que tal piensan, andan muy engañados con esta vana confianza de sí mismos, y fiados en sus solas fuerzas no temerán, y no temiendo dejarán a Dios, y por este camino su ruina es inevitable y segura.

Fuente: San Alfonso María de Ligorio, El gran medio de la oración