Hay que orar con humildad (III)

Posted by: Ioseph

San Felipe Neri 02 (02)
San Felipe Neri

Pongamos también mucho cuidado en no tener vanidad de nosotros mismos cuando vemos los pecados en que por ventura vienen a caer los demás; por el contrario, tengámonos entonces por grandes pecadores y digamos así al Señor: Señor mío, peor hubiera obrado yo si Vos no me hubierais sostenido con vuestra gracia.
Porque si no nos humillamos, bien pudiera ser que Dios, en castigo de nuestra soberbia, nos dejara caer en más graves y asquerosas culpas. Por esto el Apóstol nos manda que
trabajemos en la obra de nuestra salvación. Pero ¿cómo? Temiendo y temblando. Y es así, porque aquel que teme caer desconfía de sí mismo y de sus fuerzas y pone toda su confianza en Dios, pues que en Él confía, a Él acude en todos los peligros, le ayuda el Señor y le sacará vencedor de todas las tentaciones.

Por Roma caminaba un día San Felipe Neri y por el camino iba diciendo:
Estoy desesperado. Le corrigió un religioso y el Santo le contestó: Padre mío, desesperado estoy de mí mismo, pero confío en Dios. Eso mismo hemos de hacer nosotros, si de veras queremos salvarnos. Desconfiemos de nuestras humanas fuerzas. Imitemos a San Felipe, el cual apenas despertaba por la mañana decía al Señor: Señor, no dejéis hoy de la mano a Felipe, porque si no, este Felipe os va a hacer alguna trastada.

Concluyamos, pues, con San Agustín, que toda la ciencia del cristiano consiste en conocer que el hombre nada es y nada puede. Con esta convicción no dejará de acudir continuamente a Dios con la oración para tener las fuerzas que no tiene y que necesita para vencer las tentaciones y practicar la virtud. Y así obrará bien, con la ayuda de Dios, el cual nunca niega su gracia a aquel que se la pide con humildad.
La oración del humilde atraviesa las nubes... y no se retira hasta que la mire benigno el Altísimo.
Y aunque el alma sea culpable de los más grandes pecados, no la rechaza el Señor, porque, como dice David:
Dios no desprecia un corazón contrito y humillado. Por el contrario: resiste Dios a los soberbios y a los humildes les da su gracia. Y así como el Señor es severo para los orgullosos y rechaza sus peticiones, así en la misma medida es bondadoso y espléndido con los humildes.

Fuente: San Alfonso María de Ligorio, El gran medio de la oración