La cuaresma ha de ser un volvernos a abrazar a nuestro Papá

Posted by: Lotario de Segni

Agonía en el Huerto 03 (10)

Jesús inculca una actitud tan reverente como confiada ante el Padre Celestial: ¡Upa Papá!
 
1. Tanto en el Padre Nuestro como en todo el Sermón de la Montaña, Jesús se refiere al Padre como:
“Vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 45; 6, 1.9; 7, 11.21), “Vuestro Padre Celestial” (Mt 5, 48; 6, 14.26.32; 15, 13; 18, 35; 23, 9).
 
2. Con estas expresiones Jesús enseña dos cosas.
Primero: inculca una actitud reverente que no está reñida con la tierna confianza filial. Dios no es solo ¡Abba, Papi!, sino Abba celestial. Por eso, en segundo lugar, su paternidad divina se distingue de toda otra paternidad terrena. Está en su origen, pero también repara y restaura las deficiencias de la paternidad terrena, herida por el pecado original.
 
3. Jesús oró a Dios, innovando las costumbres aprendidas de su ambiente.
“Su oración brotaba de una fuente secreta distinta” (C.I.C. 2599). Se atrevió a dirigirse a Dios, como hemos dicho, con la invocación aramea íntima y filial ¡Abba! ¡Papi! Y nos enseñó a orar de la misma manera a nosotros, dirigiéndonos al Padre con una actitud de intimidad infantil, confiada y totalmente nueva: ¡Upa Papá! ¿Quién se hubiera atrevido si no lo hubiera enseñado Jesús mismo?
 
4. Esta confianza filial característica del cristiano no va en desmedro de la debida reverencia religiosa, del respeto sagrado, ni resta nada a la experiencia de la grandeza del Padre y a la distancia que separa su naturaleza divina de la naturaleza humana. Jesús es juntamente maestro de la actitud reverente al Padre. En la carta a los Hebreos leemos que Jesús:
“fue escuchado por su actitud de respeto reverente” (Hb 5, 7). Y se nos inculca que “ya que recibimos el reino inconmovible, guardemos la gracia, por la cual serviremos agradablemente a Dios con respeto y reverencia, porque mostró ser un fuego devorador” (Hb 12, 28-29).
 
5. A medida que el niño crece, la ternura infantil y confiada ante el Papá, se va transformando en amor reverente, obediente, de hijo adulto, capaz de reconocer y medir la bondad del Padre y de adherirse libremente a la voluntad del Padre, como Jesús, hasta en el huerto.
 
6. Hay que decir, por fin, que el
Papá celestial repara en sus hijos cualquier herida que puedan haberles dejado los papás de la tierra. Ciertamente es una gracia haber tenido un papá amoroso, fiel ministro de la paternidad celestial. Pero aún si fue malo, los defectos, pecados y hasta crímenes de los padres terrenos no son impedimento insalvable para la milagrosa obra de la divina regeneración mediante la cual el Padre de los cielos todo lo restaura, sana y supera.

     Fuente: R.P. Horacio Bojorge, S.J., Orar con el Hijo, orar como Hijos. ¡Upa Papá!, Ed. Lumen, Buenos Aires-Méjico 2004