Los Dolores de Nuestra Señora

Posted by: Nycticorax

Los Siete Dolores de la Santísima Virgen María

¡Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino, atended y mirad si hay dolor semejante a mi dolor!
(Lam 1, 12)
Los siete Dolores de la Virgen

Se celebra hoy en toda la Iglesia la Fiesta de los Siete Dolores de la Santísima Virgen María, Madre del Redentor.
Esta fiesta la celebraban los Servitas ya en el siglo XVII y fue extendida por el Papa Pío VII en 1817 a toda la Iglesia, para que pudiera celebrarse con grandeza sus Dolores, ya que el Viernes Santo, en el cual también se los conmemora, nuestras miradas se centran en el Sacrificio Cruento de Nuestro Señor.
 
Se nos invita hoy a contemplar a Nuestra Señora que se encontraba, como dirá la secuencia
Stabat Mater, parafraseando el Evangelio, al pie de la Cruz, acompañando a su Hijo en toda su agonía, Muerte y sepultura. ¡Qué dolor no ha sentido aquella criatura, la más excelsa de todas, que no tenía pecado alguno y que fue preservada por el Omnipotente de todo mal, y de todo lo que pudiera tener alguna sombra de iniquidad! ¡Cuál no sería su angustia al ver a su Hijo, ese Hijo Santísimo, de cuya boca nunca salió palabra alguna que no fuera para bendecir, y cuya vida la pasó haciendo el bien, realizando la redención del género humano!
Al mirar a María junto a la Cruz lo primero que nos llama la atención es el tipo de sufrimiento por el que quiso pasar; su dolor no es un dolor físico, como el que atraviesan los mártires, sino que como dirá San Alfonso María de Ligorio:
“Si su cuerpo no fue herido por mano del verdugo, no obstante su corazón bendito fue traspasado del dolor de la Pasión de su Hijo; dolor que bastaba para darle no una sino mil muertes” [1].
Y más adelante escribe es mismo santo:
“a la vista dolorosa de todas las penas que debía sufrir su pobre Hijo, padeció Ella un martirio muy largo y continuado por toda su vida” [2]. Fijémonos que dice el Santo Doctor que la Madre de Dios sufrió toda su vida, esto es, desde antes de la misma Pasión redentora de Jesús, Ella ya padecía en su Inmaculado Corazón por las penas que el Verbo de Dios Encarnado, quería soportar. Por esto el dolor de María se asocia al dolor de su Hijo, y por eso también ella es llamada co-redentora, al querer con su fiat padecer, a semejanza de Jesús, por la redención del mundo. Lo cual lo confirma el Santo de Ligorio con lo que el ángel le dijo a Santa Brígida, que “entendiendo la Virgen cuánto debía padecer el Verbo Encarnado por la salud de los hombres, ya desde entonces y antes de ser hecha madre Suya, compadeciéndose de este salvador inocente, que debía ser sentenciado a una muerte tan atroz por delitos ajenos, comenzó a padecer cruel martirio" [3].
Pero, ¡Cuánto más habrá sufrido la que es
gratia plena, llena de gracia, al ver pasar a su Hijo por los horrendos suplicios de la flagelación, verlo asimismo coronado de espinas, y presentado así a toda la multitud; al haberlo encontrado en el camino de la Cruz tan diferente que parecía otro, y finalmente verlo clavado y exánime por amor a los hombres! Por eso se dirá que la Santísima Virgen ha merecido la palma del martirio, sin la muerte. Y como se canta en el Himno de Vísperas de esta festividad:
 4. (…) ¡Oh! ¡Con cuántos suplicios estrujaron tu amoroso corazón los salivazos y bofetadas, los golpes, las llagas, los clavos, la hiel y el ajenjo, la esponja, la lanza, la sed, las espinas y la sangre!
5. Sin embargo, la Virgen, mas intrépida que los mismos mártires, se mantiene en pie; por un nuevo milagro, no mueres, oh Madre, entre tantas causas de muerte, y crucificada por tan atroces dolores (…).

“¡Oh! Sobrado era la muerte de Jesús para salvar al mundo, y aun a infinitos mundos; pero quiso esta buena Madre, por el amor que nos tiene, con los méritos de sus dolores que ofreció por nosotros en el Calvario, concurrir a la causa de nuestra salvación. Y por eso dice San Alberto Magno que así como nosotros estamos obligados a Jesús por su pasión sufrida por nuestro amor, así también estamos obligados a María por el martirio que en la muerte del Hijo quiso padecer voluntariamente por nuestra salvación... porque conforme reveló el ángel a Santa Brígida, esta tan piadosa como benigna Madre nuestra prefirió sufrir todas las penas antes que ver privadas de redención a las almas y sumidas en su antigua perdición” [4].

A la vista de tanto amor por parte de Nuestro Redentor y de Nuestra Santísima Madre ¿Qué es lo que haremos? ¿Seguiremos contristándola con nuestra vida? ¿Le seguiremos renovando tantos dolores tolerados pacientemente? O nos tomaremos en serio nuestra vida de cristiano, reparando tanto amor conculcado, y renovando cada día nuestro amor a Ella que no dudó un instante en ofrecer a su divino Hijo y así misma para que nosotros tuviéramos la posibilidad de alcanzar la dicha del Cielo!?

ORACION de San Alfonso
¡Oh Madre mía dolorosa! Reina de los mártires y de los dolores, que tanto llorasteis a vuestro Hijo sacrificado por mi salud, ¿de qué me aprovecharán vuestras lagrimas si me condeno? Por los méritos pues de vuestros dolores alcanzadme un verdadero dolor de mis pecados y una verdadera enmienda de vida, con una perpetua y tierna compasión de la pasión de Jesús y de vuestros dolores. Y si Jesús y Vos, siendo tan inocentes, tanto habéis padecido por mí, conseguidme que yo, reo del infierno, padezca también alguna cosa por vuestro amor. Oh señora, os diré con san Buenaventura, si te ofendí, justo es que hieras mi corazón; si te he servido, te pido por merced que le hieras. Oprobio es para mí quedar ileso, viendo a Jesús mi Señor lleno de heridas y herida también a Vos. Finalmente, oh Madre mía, por la pena que sentisteis viendo delante de los ojos a vuestro Hijo entre tantas penas inclinar la cabeza y expirar en la cruz, os suplico me alcancéis una buena muerte. ¡Ah! No dejéis entonces, oh abogada de los pecadores, de asistir a mi afligida y combatida alma en aquel tremendo tránsito que deberé hacer a la eternidad. Y porque entonces acaso perderé el habla y la voz para invocar vuestro nombre y el de Jesús, que sois todas mis esperanzas, por eso desde ahora invoco a vuestro Hijo y a vos para que me socorráis en aquel último instante, y digo: Jesús y María, a vosotros encomiendo el alma mía. Amén.
 
---------
[1] LAS GLORIAS DE MARIA, San Alfonso Maria de Ligorio, Ed. Libreria de la Vda. de CH. Bouret, p.455, Año 1920.
[2] Ibidem, p. 456
[3] Idem
[4] Idem p.467