San Pío de Pietrelcina, el Cristo Crucificado del siglo XX
Posted by: Lotario de Segni
Durante el mes de septiembre celebra la familia franciscana a dos de sus hijos estigmatizados: San Francisco, el 17 y San Pío de Pietrelcina el 23. Estos dos santos quedaron de tal forma configurados con Cristo que merecieron del cielo la singular y extraordinaria gracia de recibir en su cuerpo las señales del Amor Divino por las almas, ya que Cristo nos amó hasta la muerte de cruz. Del Seráfico Padre ya hemos hablado el 17, ahora nos toca hablar de su seráfico hijo, más conocido como Padre Pío.
Francesco Forgione, nombre que recibió en el bautismo, nació en la aldea de Pietrelcina al norte de Italia el 25 de mayo de 1887, y allí vivió hasta los 15 años. Por este tiempo tuvo su primer éxtasis y oyó una voz interior que le decía: "santifícate y santifica". Al poco tiempo pidió y recibió la admisión en la Orden Capuchina; al despedirlo, su madre le dijo: "San Francisco te llama y debes acudir". Allí recibió el santo hábito el 22 de enero de 1903, a los 16 años; y a los 17 hizo sus primeros votos. En el año 1907 hizo sus votos solemnes y comenzó el estudio de la Sagrada Teología a fin de prepararse para el sacerdocio, el cual le fue conferido en la catedral de Benevento el 10 de agosto de 1910.
El 20 de septiembre de 1918 Padre Pío recibió visiblemente en su cuerpo los estigmas de Jesús Crucificado, como él mismo lo relata a un sacerdote coterráneo suyo: "estaba en el coro haciendo el agradecimiento de la misa y sentí que poco a poco me elevaba a una suavidad siempre en aumento que me hacía gozar en la oración, es más, más rezaba y este gozo aumentaba. En un determinado momento, una gran luz encandiló mis ojos y en medio de tanta luz se me apareció el Cristo llagado. No me dijo nada y desapareció.
Cuando volví en mi, me encontré en el suelo y llagado. Las manos, los pies y el corazón sangraban y me dolían de tal manera que no tenía fuerza para levantarme." Al leer esto se comprende que Dios ha elegido el camino del sufrimiento por amor para redimir al género humano, porque el sufrimiento nos hace capaces de reconocer nuestra indigencia y la necesidad de recurrir a la ayuda de Dios para resolver nuestros problemas; es decir, nos hace ser humildes, conocedores de que por nosotros nada podemos, y así va sanando en nosotros la herida heredada de nuestros primeros padres, la soberbia y la autosuficiencia.
En el Padre Pio tenemos un ejemplo contemporáneo del sufrimiento por amor de Dios. Un sufrimiento aceptado para devolver a Dios todo el amor que ha demostrado al género humano dándole a su propio Hijo para que se salve por medio de Él. Un sufrimiento que, a ejemplo del de Cristo, repara las ofensas hechas a Dios por la ingratitud de los hombres, que frecuentemente se olvidan de todo el bien que reciben del Señor (vida, salud, bienes, amigos, inteligencia, afectos, alegría, etc.) y viven como si no tuvieran nada que devolverle a Él; como si todo lo que poseemos fuera un premio o lo hubiéramos conseguido por solas nuestras fuerzas. Un sufrimiento que, como castigo del pecado, nos ayuda a pagar la deuda contraída con la Divina Justicia, por nosotros y por los demás a quienes demostramos de este modo nuestro amor fraterno.
El sufrimiento humano tiene valor redentor si va unido al de Cristo y es aceptado con plena voluntad. Así el yugo de Jesús se vuelve llevadero y su carga ligera, porque no hay carga pesada para el que la quiere llevar y mucho menos si la quiere llevar por amor, es decir, por voluntad de hacer un bien a la persona amada; en este sentido se cumple el dicho: "querer es poder", ya que el amor es un movimiento de la voluntad esclarecida por la razón.
Padre Pío demostró el amor que le tenía a Dios durante toda su vida, aceptando gustoso el sufrimiento que Dios le enviaba y del cual eran signos visibles los estigmas. Así, San Pio se dedicaba sin descanso a su sagrado ministerio confesando hasta mas de diez horas seguidas; celebraba la santa misa a las 4:30 de la mañana, verano e invierno; socorría a sus hijos espirituales dándoles el consejo oportuno; y todo lo hacía sacrificándose por amor de Jesús.
También nosotros podemos ofrecernos constantemente a Dios llevando gustosos las cruces que Él nos envíe para satisfacer y reparar, recordando que teniendo conformidad con los sufrimientos por amor de Dios hace que estos disminuyan su intensidad.
Una bella forma de ofrecernos a Dios es realizar el acto de ofrecimiento de obras al despertarnos cada mañana y ofrecer especialmente nuestras cruces en unión con las misas que se celebren en ese día, ya que en ellas se vuelve a ofrecer Jesucristo como lo hizo sobre el Calvario.
Padre Pio murió en el convento de San Giovanni Rotondo el 23 de septiembre de 1968 a las 2:30 hs. de la madrugada. Sus últimas palabras fueron: "Jesús, María".
Fue beatificado por el papa Juan Pablo II el 2 de mayo de 1999 y canonizado por el mismo papa el 6 de junio de 2002.
Fuentes: Gennaro Preziuso, Padre Pío, el apóstol del confesionario, Ciudad Nueva,
2ª ed., Bs. As.
P. Luis Glinka, o.f.m., San Padre Pío, un fraile de oración y sufrimiento, Lumen,
3ª ed., agosto de 2002, Bs. As.
P. Gerardo di Flúmeri, o.f.m., Homenaje a Padre Pío, Voce di Padre Pío, 1982-Italia