Santos mártires Rioplatenses
Posted by: Laudem Gloriae
Los "Mártires del Paraguay" o "Rioplatenses" evangelizaron en tierras de las Misiones guaraníticas, repartidas hoy entre Paraguay, Argentina y Brasil. Roque González de la Santa Cruz nació en Asunción (Paraguay) el año 1576. Entró en la Compañía de Jesús, ya sacerdote, en 1609 y, durante casi 20 años, trabajó incansablemente en civilizar a los salvajes de aquellas regiones, en reunirlos en Reducciones y en instruirlos en la fe y vida cristiana. Fue muerto traidoramente por la profesión de la fe el 15 de noviembre de 1628, juntamente con Alonso Rodríguez, español y sacerdote de la Compañía de Jesús. Dos días después, y en otra Reducción, sufrió un crudelísimo martirio Juan Del Castillo, también español y jesuita, que había sido intrépido defensor de los indios contra sus opresores. Fueron beatificados por Pío XI en 1931 y en 1988, Juan Pablo II canonizó a los tres jesuitas en Asunción.
“Acomodámonos en la choza ambos con unos apartadijos de caña, y con lo mismo estaba atajada una capillita poco más ancha que el altar, donde decíamos misa. Y con la virtud de este soberano y divino sacrificio de la santa cruz en que se ofreció y estaba allí triunfando, los demonios que antes se les aparecían a los indios, no se atrevieron a aparecer más, y así lo dijo un indio. En aquella casita estuvimos con no pequeña necesidad en todo, porque el frío, como no tenía defensa, era tanto, que nos quitaba el sueño. La comida, unas veces un poco de maíz cocido otras, harina de mandioca que comen los indios; y aun porque solíamos enviar al campo a buscar unas hierbas de que comen bien los papagayos, los indios por gracia dijeron que lo éramos.
Y como el demonio vio que la cosa iba tan adelante, o por sí mismo hablándoles o por medio de sus ministros, temiendo perder lo que había ganado en tantos años si la Compañía de Jesús entraba en estas tan extendidas provincias; y así sembraron por todo el Paraná que éramos espías y sacerdotes falsos, y que en los libros traíamos la muerte, y esto en tanto grado, que, estando por medio de unas estampas declarándoles el padre Boroa a unos infieles los misterios de nuestra santa fe, se recelaban de llegar cerca de las imágenes no se les pegase la muerte. Pero poco a poco se van desengañando y viendo con sus ojos los indios cómo los nuestros les son verdaderos padres, dándoles con amor de tales cuanto piden como lo haya en casa, y siéndoles médicos no sólo de sus almas –que es lo principal–, sino de sus cuerpos, ayudándoles en todas sus enfermedades y trabajos de noche y de día.
En viendo cómo los indios nos cobraron amor, tratamos de hacer una pequeña iglesia, y con serlo baja y cubierta de paja, estos pobrecitos lo son tanto, que les parecían palacios reales, y mirando hacia el techo, hacían milagros, y ambos embarrábamos a ratos para enseñar a los indios, que aun eso no sabían. Acabóse para el día de nuestro santo padre Ignacio del año pasado de seiscientos y quince. En el cual dijimos la primera misa, procurando celebrar aquella santa fiesta con la renovación de nuestros votos y con otros regocijos exteriores según el poco posible de la tierra; procuramos imponer una danza, pero los muchachos están todavía tan montaraces, que no salieron con ello. Púsose una campana en un campanario de madera, que no causó poca admiración, como cosa no vista ni oída en aquella tierra. Y lo que fue de mucha admiración es que los indios levantaron una cruz delante de la iglesia; y habiéndoles dicho la razón por que los cristianos la adoramos, nosotros y ellos la adoramos todos de rodillas; y aunque es la última que hay en estas partes, espero en nuestro Señor ha de ser principio de que se levanten otras muchas.”
Fuente: De las Cartas de S. Roque González (Lectura del Oficio del día)