El sufrimiento ofrecido

Fragmento:

“Si padecemos, también reinaremos con Él.”

— Cfr. 2 Timoteo 2, 12.

Reflexión:

El sufrimiento, aceptado con fe y ofrecido con amor, se transforma en trono para reinar con Cristo. No se trata de buscar la pena por sí misma, sino de abrazar con paciencia lo que Dios permite, y unirlo al sacrificio redentor del Señor. Así se purifica el alma, se alcanza mérito, y se glorifica a Dios.

El deseo de Dios

Fragmento:

“El alma que ama a Dios se entrega toda a Él, y no se guarda nada para sí.”

— San Alfonso María de Ligorio, “Práctica del amor a Jesucristo”, cap. 1.

Reflexión:

Amar a Dios verdaderamente implica una entrega sin reservas. El alma que se guarda algo para sí, aún no ha comprendido la total donación del Amor divino. Cada día es una nueva oportunidad para entregarse más: en el deber cumplido, en la oración sincera, en la caridad concreta. El amor no se mide en palabras, sino en renuncias.

La Transfiguración del Señor

Fragmento:

“Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias: escuchadle.”

— Cfr. Mateo 17, 5.

Reflexión:

En la cima del monte Tabor, el Padre eterno nos revela quién es Jesús: su Hijo amado. Y no sólo lo manifiesta, sino que nos ordena escucharle. En medio de las voces del mundo y de tantas doctrinas erróneas, escuchar al Hijo es el camino seguro de la verdad. Escucharle en el Evangelio, en la enseñanza de la Iglesia, en el susurro de la conciencia formada. Quien escucha al Hijo, camina hacia la luz.

La gracia de la pureza

Fragmento:

«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.»

— Mateo 5, 8.

Reflexión:

La pureza no es solo limpieza del cuerpo, sino sobre todo del alma. Un corazón limpio ve a Dios en la fe y se prepara para verlo cara a cara en la eternidad. Hoy, pidamos la gracia de vivir con pureza en pensamientos, palabras y obras.