El Doctor Evangélico

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Se diría que la Sabiduría eterna se complacía en destruir hasta los últimos momentos todos los planes de San Antonio. De sus veinte años de vida religiosa, pasó diez con los canónigos regulares, adonde el divino llamamiento dirigió los pasos de su graciosa inocencia cuando contaba quince años. Allí su alma seráfica se eleva a las alturas, que la retienen para siempre, al parecer, en el secreto de la paz de Dios, cautivada por los esplendores de la Liturgia, el estudio de las Sagradas Escrituras y el silencio del claustro.

De pronto el Espíritu divino le invita al martirio: y le vemos abandonar su claustro amado y seguir a los Frailes Menores a playas en las cuales muchos han recibido ya la palma gloriosa. Pero el martirio que le espera, es el del amor; enfermo, reducido a la impotencia antes que su celo haya podido trabajar en el suelo africano, la obediencia le llama a España, y he aquí que una tempestad le arroja a las costas de Italia. Por entonces San Francisco de Asís reunía por tercera vez, después de su fundación, a toda su admirable familia. Antonio apareció allí, tan humilde, tan modesto, que nadie se preocupó de él. El ministro de la provincia de Bolonia fue quien le recogió, y, no encontrando en él ninguna capacidad para el apostolado, le señaló como residencia la ermita del monte de San Pablo. Su cargo fue el de ayudar al cocinero y barrer la casa. Durante este tiempo, los canónigos de San Agustín lloraban a aquel que poco antes había sido la gloria de su orden por su nobleza, su ciencia y su santidad.

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