Publicado por: Servus Cordis Iesu
Nada más consolador para nuestras almas de que en el cielo tenemos una Madre que ejerce en nuestro favor su intercesión omnipotente con todo el cariño de la mejor de las madres. Dios no necesita de nadie, pero quiso misericordioso, asociar a María a la Redención del mundo. Para nuestro provecho la ha dado junto al segundo Adán el lugar que Eva había tenido, para nuestra perdición, junto al primero. Su maternidad espiritual comenzó el día de la Encarnación. Al pronunciar el Fiat María sabía que no recibía al Hijo de Dios para guardarlo celosamente, sino para darlo al mundo, para ofrecerlo un día sobre el altar de la cruz como sacrificio perfectísimo. Se diría que desde que posee a Jesús solo tiene un deseo: el de darle. Para darlo a Juan se apresura a visitar a Isabel. Para ofrecerlo al Padre y ofrecerse ella con Él sube al templo el día de la Purificación y treinta años después se la ve junto a la cruz presentando la víctima que había alimentado y custodiado para el sacrificio. “La consecuencia de la comunidad de sentimientos y sufrimientos entre María y Jesús es que María mereció con todo derecho llegar a ser la reparadora de la humanidad caída y por tanto la dispensadora de todos los tesoros que Jesús nos ha conseguido con su muerte y con su sangre y de ser la todo-poderosa mediadora y abogada del mundo entero ante su Hijo unigénito” (Pío X, Encíclica Ad illum diem).
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