Dios nos llama a todos a la plena santidad

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La divina Sabiduría a todos se ofrece y a todos invita, sin excluir a nadie, ni aun a sus más declarados enemigos, si de veras a ella se convierten y tratan de serle fieles. Llama a grandes y a pequeños, a doctos e ignorantes, a religiosos y seglares, a justos y pecadores, con tal que de corazón se le entreguen y con amor y docilidad la escuchen y se dejen guiar de su dulcísimo espíritu. Promete gloriosos premios a cuantos saben corresponderle. A éstos se les comunicará con todas sus infinitas riquezas.

Por tanto, bien podemos contar todos con estas liberalidades de la divina bondad y misericordia, si de todo corazón confiamos y nos abandonamos en ella, renunciándonos de veras a nosotros mismos. Pues cuando un alma, desconfiando de sí, de su propia ciencia, habilidad y prudencia, tiene siempre puestos los ojos en Dios, entregándose en sus manos y esperándolo de Él todo, nunca deja Él de tomar plena posesión de ella, encargándose por sí mismo de dirigirla y gobernarla y proveerla en todas las cosas.

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San Juan Bosco, Confesor

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Juan Bosco nació el 16 de agosto de 1815 en Castelnuovo de Asti. Desde muy joven se distinguió por su piedad, su pureza, su alegría y su penetrante inteligencia. En 1835 entró en el Seminario Mayor de Turín y el 5 de junio de 1841 fue ordenado sacerdote. Desde entonces, consagró su vida a la salvación y educación de los niños pobres y de los obreros, fundó la Asociación de Salesianos, luego una Congregación de religiosas bajo el patrocinio de María Auxiliadora, y, por fin, otra de Cooperadores. Murió el 31 de enero de 1888. Pío XI le beatificó en 1929, y cinco años más tarde le canonizó.

Al final del mes dedicado a honrar la infancia del Salvador, San Juan Bosco, conduce ante Jesús Niño, ante Jesús Obrero, a la multitud de niños y de obreros a quienes consagró su vida.

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Cuarto Domingo después de Epifanía

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Oración

Oh Dios, que sabes que, a causa de la flaqueza humana, no podemos subsistir entre tantos peligros como nos rodean: danos la salud del alma y del cuerpo; para que, con tu ayuda, venzamos lo que padecemos por nuestros pecados.

Epístola

Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo, a los Romanos (XIII, 8-10)

Hermanos: No debáis nada a nadie, sino es el amaros mutuamente; pues, el que ama al prójimo, cumple la Ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no robarás, no levantarás falso testimonio, no codiciarás, y todo otro cualquier mandamiento se encierra en esta sola palabra: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor del prójimo no obra el mal. Por eso, la plenitud de la Ley es el amor.

No deja la Santa Iglesia de exhortar a los fieles, por boca del Apóstol a la práctica de la caridad mutua, en este tiempo en que el mismo Hijo de Dios ha dado tan manifiestas pruebas de su amor para con los hombres, tomando su propia naturaleza. El Emmanuel viene a nosotros como Legislador; ahora bien, toda su ley la ha resumido en el amor; ha venido a unir lo que el pecado había desunido. Sintamos como Él, y cumplamos de corazón la ley que nos impone.

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Fijemos siempre la mirada en Dios

Publicado por: Servus Cordis iesu

Si los defectos que vemos en los demás no se encuentran en nosotros, es siempre gracias a la misericordia de Dios: es un signo evidente de que nos protege y extiende su mano poderosa sobre nosotros, y todo esto sin mérito alguno por parte nuestra, ya que, si Él nos retirase su protección, podríamos llegar a ser peores que los demás, al ser también nosotros unos pobres mortales. Por eso, hemos de mantenernos siempre en el temor de Dios y rogar al Señor por quienes caminan fuera del recto sendero, para que los ilumine y se conviertan.

El camino seguro para todos nosotros consiste en cumplir siempre la voluntad de Dios, confiando en su ayuda para no caer, y mantenernos así en su gracia.

Nos quejamos a menudo, y es porque no queremos realizar fervientemente nuestra parte, mientras que Dios nuestro Señor, del cual hemos recibido todo nuestro ser, continúa haciendo su parte en nuestro favor, sin mérito nuestro alguno. ¿Qué más podría hacer Jesús por nosotros? Nos ha dado la Palabra de vida. Nos ha manifestado sus justos juicios. Nos ha mostrado sus santísimos caminos. Nos ha introducido en el misterio de su muy dolorosa pasión. Nos ha enseñado a despreciar las cosas caducas de la tierra. Nos ha revelado las maravillas de sus obras. ¿Y por qué permanecemos insensibles ante tantas muestras de amor? ¿Por qué no dedicamos todas nuestras fuerzas a servir, amar y glorificar en nosotros mismos y en los demás al Señor de infinita bondad? ¿De qué nos quejamos, entonces?

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