La caridad discreta y silenciosa

Fragmento:

“No sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha.”

— Cfr. Mateo 6, 3.

Reflexión:

Dios ama la caridad escondida, sin vanagloria ni ruido. Un acto bueno hecho solo para agradarle es más valioso que mil aplausos. Hoy, practiquemos alguna obra de bien que solo Él conozca.

La caridad en lo cotidiano

Fragmento:

“En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os tenéis amor los unos a los otros.”

— Juan 13, 35.

Reflexión:

La caridad no se demuestra solo en grandes gestos, sino en las palabras, actitudes y detalles de cada día. Hoy, busquemos amar concretamente a quienes Dios ha puesto a nuestro lado, con paciencia, dulzura y generosidad.

La caridad que nos hace semejantes a Cristo

Fragmento:

“La caridad es el vínculo de la perfección.”

— Cfr. Colosenses 3, 14.

Reflexión:

La caridad es el signo por el cual se reconoce a los verdaderos discípulos de Cristo. Hoy, procuremos amar no solo con palabras, sino con hechos y en verdad, especialmente con quienes nos cuesta más.

El Corazón de Jesús, horno ardiente de caridad

Fragmento:

“Ved este Corazón que tanto ha amado a los hombres y no recibe a cambio sino  ingratitud y desprecio.”

— Revelación del Señor a Santa Margarita María de Alacoque.

Reflexión:

El Corazón de Jesús es un fuego que desea encender el mundo en su amor. Hoy, unámonos a su dolor por las ofensas que recibe, y ofrezcamos nuestras obras del día en espíritu de reparación.

La dulzura de la caridad verdadera

Fragmento:

“La caridad es paciente, es benigna; no se irrita, no busca lo suyo.”

— 1 Corintios 13:4-5.

Reflexión:

La caridad no se contenta con evitar el mal: busca el bien del prójimo con dulzura y generosidad. Hoy, procuremos practicar la caridad en las cosas pequeñas, con un gesto amable, una palabra alentadora, un silencio oportuno.

La caridad silenciosa

Fragmento:

“No amemos de palabra y de lengua, sino con obras y en verdad.”

— 1 Juan 3, 18.

Reflexión:

La caridad auténtica no busca aplausos ni reconocimiento. Es humilde, constante, discreta. Hoy, hagamos una obra de amor sin decirlo, sin explicarlo, sin esperar nada a cambio. Que nuestra caridad sea como la de Cristo: silenciosa y fecunda.

La responsabilidad del hombre en la felicidad del hogar

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La familia humana es el último sublime portento de la mano de Dios entre las cosas naturales del Universo, la última maravilla colocada por Él como corona del mundo visible, en el último y séptimo día de la creación; cuando en el Paraíso de delicias, por Él plantado y preparado, plasmó y colocó al hombre y a la mujer, poniéndoles allí para que lo cultivaran y custodiaran, y dándoles el dominio sobre los pájaros del aire, los peces del mar y los animales de la tierra. ¿No es ésta la grandeza real, de la cual, aun después de su caída junto a la mujer, el hombre conserva las señales, y que le levanta sobre el mundo, que él contempla en el firmamento y en las estrellas; sobre el mundo, por cuyos océanos audazmente navega; sobre el mundo, que pisa con sus pies, doma con su trabajo y con su sudor, para arrancarle el pan que le restaure y sostenga la vida?

La responsabilidad del hombre ante la mujer y los hijos, nace, en primer lugar de los deberes para con su vida, en los cuales está ordinariamente envuelta su profesión, su arte o su oficio. Él debe procurar, con su trabajo profesional, a los suyos una casa y el alimento cotidiano, los medios necesarios para un sustento seguro y para un conveniente vestir. Su familia tiene que sentirse feliz y tranquila bajo la protección que le ofrece y da, con pensamiento previsor, la fecunda actividad de la mano del hombre.

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La misión del marido en la familia

Publicado por: Servus Cordis Iesu

En la unión conyugal el hombre es cabeza de la mujer y, de ordinario, la supera en fuerza y en vigor. 

Vuestra perfección de jefes de familia no consiste solamente en la realización de los trabajos pertinentes a vuestra profesión, a vuestro oficio, a vuestro arte particular, dentro o fuera de la casa; en la misma, que es el dominio de vuestra mujer, tenéis también una activa parte que realizar. Vosotros, más fuertes; vosotros, frecuentemente más hábiles en el uso de los instrumentos y de las herramientas; vosotros, en el arreglo de vuestra casa, encontraréis lo primero de todo y, en muchos pequeños trabajos, tiempo y lugar para cosas que son más propias del hombre que de la mujer. No serán faenas y quehaceres como los de vuestro oficio, oficina o taller donde soléis ir, ni serán tampoco indignos de vuestra dignidad: serán, sin embargo, una participación cuidadosa en las atenciones de vuestra mujer, sobrecargada, con frecuencia, de cuidados y de trabajos; un echar una mano amigablemente para levantar un peso, que será para ella una ayuda y para vosotros casi una distracción y un cambiar de ocupación.

Uno de los grandes beneficios sociales de los tiempos pasados fue aquel trabajo a domicilio, entonces tan común aún entre los hombres, que unía al marido y a la mujer en un mismo trabajo, uno junto a otro, en una misma casa, junto al hogar de los hijos. Pero el progreso de la técnica, el gigantesco engrandecerse de las fábricas y de las oficinas, el dominador multiplicarse de toda clase de máquinas han hecho hoy tal trabajo doméstico muy raro fuera del campo y, muchas veces, han obligado y separado al uno del otro a los padres y les han arrastrado lejos de los hijos durante muchas horas del día… Pero, por muy imperiosa que pueda ser, ¡oh hombres!, la ocupación de aquel trabajo que os entretiene gran parte del día lejos de las personas amadas, Nos no dudamos de que al fervor de vuestro afecto le quedarán todavía fuerzas, habilidad y cuidado para los pequeños servicios domésticos, que os procurarán la más cordial y benévola gratitud cuanto más se note que lo hacéis superando todo el cansancio y el deseo de reposo, gracias a aquella condescendencia para ayudar también en las pequeñas necesidades de la familia, que une a todos en el procurárselos y gozar sus bienes.

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