El Corazón de Jesús y la devoción reparadora

Fragmento:

“Considerad cuán grande es el deber de la reparación, tanto por las ofensas que se hacen a Dios como por los beneficios que no se agradecen.”

— Papa Pío XI, Miserentissimus Redemptor, 1928.

Reflexión:

Reparar es amar por quienes no aman, agradecer por quienes olvidan, adorar por quienes desprecian. Hoy, ofrezcamos con amor nuestro trabajo, nuestras penas y nuestras oraciones en reparación al Sagrado Corazón.

El Corazón de Jesús, consuelo en las penas

Fragmento:

“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.”

— Mateo 11, 28.

Reflexión:

Jesús no promete quitarnos la cruz, pero sí llevarla con nosotros. Su Corazón nos comprende y nos sostiene. Hoy, pongamos en sus manos nuestras penas, y repitamos con fe: “Jesús, en vos confío”.

La fuerza del amor reparador

Fragmento:

“Un solo acto de amor puro es más agradable a Dios que todas las demás obras juntas.”

— San Juan de la Cruz, Dichos de luz y amor, nº 61.

Reflexión:

El amor, cuando es sincero y puro, repara las ofensas y consuela al Corazón de Cristo. Hoy, hagamos un acto de amor oculto y generoso: un sacrificio, un silencio, un servicio, ofrecido solo por Él.

El apostolado reparador del Corazón de Jesús

Fragmento:

“El deber de reparar pertenece a todos los fieles, según su condición, pues todos han sido amados y todos pueden amar.”

— Papa Pío XI, Miserentissimus Redemptor, 1928.

Reflexión:

Cada acto de fe, de caridad, de sacrificio ofrecido con amor, repara. Hoy, tomemos conciencia de que nuestras obras pueden consolar al Corazón de Cristo. Vivamos esta jornada como una ofrenda de amor y reparación.

Reparar por las ofensas al Sagrado Corazón

Fragmento:

“He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres… y en cambio no recibe sino ingratitudes.”

— Revelación del Señor a Santa Margarita María de Alacoque.

Reflexión:

El Corazón de Jesús sufre por la frialdad de muchos. La devoción verdadera implica consolarlo, amarlo, y ofrecerle reparación. Hoy, hagamos un acto de amor y de reparación, uniendo nuestras penas a su Corazón herido.

El Corazón de Jesús traspasado por nuestros pecados

Fragmento:

“Y uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua.”

— Juan 19, 34.

Reflexión:

De la herida del costado nace la Iglesia y se abren para nosotros los sacramentos. Contemplemos con gratitud ese Corazón herido, que sigue latiendo por nuestra salvación. Hoy, ofrezcámosle reparación por tantas ofensas que recibe.

Encíclicas sobre el Sagrado Corazón (II)

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Entre todo cuanto propiamente atañe al culto del Sacratísimo Corazón, descuella la piadosa y memorable consagración con que nos ofrecemos al Corazón divino de Jesús, con todas nuestras cosas, reconociéndolas como recibidas de la eterna bondad de Dios. 

Si lo primero y principal de la consagración es que al amor del Creador responda el amor de la criatura, síguese espontáneamente otro deber: el de compensar las injurias de algún modo inferidas al Amor increado, si fue desdeñado con el olvido o ultrajado con la ofensa. A este deber llamamos vulgarmente reparación.

Y si unas mismas razones nos obligan a lo uno y a lo otro, con más apremiante título de justicia y amor estamos obligados al deber de reparar y expiar: de, justicia, en cuanto a la expiación de la ofensa hecha a Dios por nuestras culpas y en cuanto a la reintegración del orden violado; de amor, en cuanto a padecer con Cristo paciente y “saturado de oprobio” y, según nuestra pobreza, ofrecerle algún consuelo.

Ciertamente en el culto al Sacratísimo Corazón de Jesús tiene la primacía y la parte principal el espíritu de expiación y reparación; ni hay nada más conforme con el origen, índole, virtud y prácticas propias de esta devoción, como la historia y la tradición, la sagrada liturgia y las actas de los Santos Pontífices confirman.

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El Rey de la familia

Publicado por: Servus Cordis Iesu

A vosotros, recién casados, a las palabras de saludo y bendición nos es grato añadir una palabra de exhortación que nos sugieren las circunstancias de esta audiencia que precede en un día a la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.

La devoción al Sacratísimo Corazón del Redentor del mundo, que en estos últimos tiempos se ha difundido tan admirablemente por toda la Iglesia en las más elevadas y varias manifestaciones, ha sido establecida y querida por el mismo Salvador divino, al solicitar y sugerir Él mismo los obsequios con que deseaba fuese honrado su Corazón adorable.

Jesús determinó el fin de esta querida devoción, cuando en la más célebre de las apariciones a Santa Margarita María Alacoque prorrumpió en aquellas doloridas palabras: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y de tantos beneficios les ha colmado, que no ha rehusado nada hasta agotarse y consumarse por testimoniarles su amor: y en cambio no recibe de la mayor parte de ellos sino ingratitudes”.

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Fiesta del Corpus Christi

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Oh Dios, que bajo este admirable Sacramento, nos dejaste el recuerdo de tu pasión: suplicámoste hagas que veneremos de tal modo los sagrados Misterios de tu Cuerpo y Sangre, que sintamos siempre en nosotros el fruto de tu redención. 

Del santo Evangelio según San Juan (VI, 56-59)

En aquel tiempo dijo Jesús a las turbas de los judíos: Mi carne es verdaderamente comida, y mi sangre es verdaderamente bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre: así, el que me coma a mí, también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo. No será como con vuestros padres, que comieron el maná y murieron. El que coma este pan, vivirá eternamente.

El discípulo amado no podía pasar en silencio el misterio del amor. Sin embargo de eso, cuando escribió su Evangelio, la institución de este sacramento estaba suficientemente relatada por los tres Evangelistas que le habían precedido, y por el Apóstol de los gentiles. Sin repetir esta historia divina, completa su relato con el de la solemne promesa que hizo el Señor, un año antes de la Cena, a orillas del lago de Tiberíades.

A las numerosas muchedumbres que atrae en pos de Sí por el reciente milagro de la multiplicación de los panes y peces, Jesús se presenta como el verdadero Pan de vida venido del cielo y que preserva de la muerte, a la indiferencia del maná que dio Moisés a sus padres. La vida es el primero de los bienes, así como la muerte es el último de los males. La vida reside en Dios como en su origen; solo Él puede comunicarla a quien quiere, y devolverla a quien la perdió.

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Almas santas en torno al Corpus Christi

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Santas Juliana de Cornillon y Eva de San Martín de Lieja 

Al tiempo mismo en que el brazo victorioso del héroe cristiano, Simón de Monforte, el paladín de la fe, abatía a la herejía, Dios preparaba a su Hijo, indignamente ultrajado por los sectarios en el Sacramento de su amor, un triunfo más pacífico y una reparación más completa. En 1208, una humilde religiosa hospitalaria, Juliana de Mont-Cornillon, cerca de Lieja, tuvo una visión misteriosa en que se le apareció la luna llena, faltando en su disco un trozo. Después de dos años le fue revelado que la luna representaba la Iglesia de su tiempo, y que el pedazo que faltaba, indicaba la ausencia de una solemnidad en el Ciclo litúrgico. Dios quería dar a entender que una fiesta nueva debía celebrarse cada año para honrar solemne y distintamente la institución de la Eucaristía; porque la memoria histórica de la Cena del Señor en el Jueves Santo, no respondía a las necesidades nuevas de los pueblos inquietados por la herejía; y no bastaba tampoco a la Iglesia, ocupada por otra parte entonces por las importantes funciones de ese día, y absorbida pronto por las tristezas del Viernes Santo.

Al mismo tiempo que Juliana recibía esta comunicación, la fue mandado poner manos a la obra y hacer conocer al mundo la divina voluntad. Veinte años pasaron antes de que la humilde y tímida virgen se lanzase a tomar sobre sí tal iniciativa. Se abrió por fin a un canónigo de San Martín de Lieja, llamado Juan de Lausanna, a quien estimaba singularmente por su gran santidad, y le pidió tratase del objeto de su misión con los doctores. Todos acordaron reconocer que no sólo nada se oponía al establecimiento de la fiesta proyectada, sino que resultaría, por el contrario, un aumento de la gloria divina y un gran bien de las almas. Animada por esta decisión, la Bienaventurada hizo componer y aprobar para la futura fiesta un oficio propio, que comenzaba por estas palabras: Animarum cibus, del que quedan todavía algunos fragmentos,

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