La espiritualidad en San Luis María

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Durante sus estudios en San Sulpicio, San Luis María Griñón de Montfort, se asimiló cuantas obras contenía la biblioteca sobre la Santísima Virgen, en ellas se alimentó su piedad y desde el principio de su carrera apostólica, su predicación y sus escritos dan testimonio de una riqueza de doctrina sacada toda de la tradición, de los Padres y Doctores de la Iglesia. De ahí procede la seguridad de su doctrina reconocida por Pío X con ocasión de la encíclica “Ad illum diem” en que el Papa la hace suya. Esta doctrina vivida por un alma de fuego, predicada en numerosas misiones al pueblo, se halla condensada en el breve y maravilloso “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen”, escrito en la Rochela, en el verano de 1712, con mucha prisa, y sin ningún alarde literario, pero abundante de piedad filial; de ahí su inmensa popularidad que crece constantemente.

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San Cirilo de Alejandría, Obispo y Doctor de la Iglesia

Publicado por: Servus Cordis Iesu

San Cirilo, siendo aún joven fue hecho Obispo de Alejandría en el 412. Inflamado del celo por la salvación de las almas, trabajó por guardar pura de todo error la fe de su redil. Con un ardor y una ciencia admirable defendió contra Nestorio el dogma de la Maternidad divina y siendo legado en el concilio de Éfeso, confundió y condenó al hereje. Murió en el 434. León XIII le ha declarado doctor de la Iglesia universal.

¡Oh Santo Pontífice!, los cielos se regocijan y la tierra salta de gozo al recuerdo del combate con que la Reina del cielo triunfó por tu medio de la antigua serpiente. Oriente te honró siempre como a su luz. Occidente honraba en ti desde ha mucho tiempo al defensor de la Madre de Dios; y he aquí que la solemne mención que consagraba su memoria en los fastos de los santos, no es suficiente hoy a su reconocimiento. Una nueva flor, en efecto, ha aparecido en la corona de María nuestra reina; y esta flor radiante salió del suelo mismo que tú rociaste con tus sudores. Proclamando en nombre de Pedro y de Celestino la Maternidad divina, preparaste a nuestra Señora otro triunfo, consecuencia del primero: La Madre de Dios no podía menos de ser Inmaculada. Pío IX, al definirlo no ha hecho sino completar la obra de Celestino y la tuya; por esto las fechas 22 de julio de 431 y 8 de Diciembre de 1854 resplandecen con el mismo fulgor en el cielo así como han derramado sobre la tierra las mismas manifestaciones de alegría y de amor.

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De la preparación del que ora

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Adviértase que nos debemos preparar para la oración. Esta preparación es doble: remota y próxima.

La remota se divide a su vez en interior y exterior. Y la interior es de tres maneras. La primera es la purificación de la conciencia: Si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Y cuanto pidamos lo recibimos de Él. La segunda es la humillación de la mente, porque el Señor se vuelve a las súplicas de los indefensos, y no desprecia sus peticiones. La tercera es el perdón de las injurias. Cuando queráis poneros en oración, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas.

La preparación exterior es también de tres maneras, la primera de las cuales es el cumplimiento de los mandamientos de Dios, porque como dice Isidoro, si hacemos lo que Dios tiene mandado alcanzaremos sin duda lo que pedimos. La segunda es la reconciliación con el hermano ofendido: Si, cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. La tercera es que vaya acompañada del ayuno y la limosna pues en ellas se apoya la oración; pues dice Isaías: Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo. Entonces clamarás al Señor y te responderá. 

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Santa Águeda, Virgen y Mártir

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La Santa Madre Iglesia propone hoy a nuestra veneración a la virgen siciliana Santa Águeda. Las santas tristezas del ciclo litúrgico en que nos hallamos no han de substraer nada a los homenajes que le son debidos. Cantando sus alabanzas, contemplaremos también sus ejemplos; y ella, desde el cielo, nos mirará sonriente y nos animará a proseguir por el camino único que puede conducirnos a Aquel a quien ella siguió hasta el fin en este mundo y con el que ahora reina eternamente.

Águeda nació en Catania o según piensan otros en Palermo. Sabemos por San Metodio de Constantinopla que era de familia cristiana y que para salvaguardar su virginidad tuvo que sufrir muchos ataques y aún el martirio. Sin embargo, hoy día no poseemos ningún documento contemporáneo ni sobre su vida, ni sobre su martirio del que, incluso la fecha, nos es desconocida. Pronto se extendió su culto por causa de la eficacia milagrosa de su velo contra las erupciones del Etna y de allí se propagó a toda la Iglesia. Su nombre fue incluido por San Gregorio Magno en el Canon de la Misa y en el siglo X se compuso un oficio propio en su honor.

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San Pío X y la Sagrada Música Litúrgica (II)

Publicado por: Servus Cordis Iesu 

Instrucción acerca de la Música Sagrada

I. Principios generales

l. Como parte integrante de la liturgia solemne, la música sagrada tiende a su mismo fin, el cual consiste en la gloria de Dios y la santificación y edificación de los fieles. La música contribuye a aumentar el decoro y esplendor de las solemnidades religiosas, y así como su oficio principal consiste en revestir de adecuadas melodías el texto litúrgico que se propone a la consideración de los fieles, de igual manera su propio fin consiste en añadir más eficacia al texto mismo, para que por tal medio se excite más la devoción de los fieles y se preparen mejor a recibir los frutos de la gracia, propios de la celebración de los sagrados misterios.

2. Por consiguiente, la música sagrada debe tener en grado eminente las cualidades propias de la liturgia, conviene a saber: la santidad y la bondad de las formas, de donde nace espontáneo otro carácter suyo: la universalidad.

Debe ser santa y, por lo tanto, excluir todo lo profano, y no sólo en sí misma, sino en el modo con que la interpreten los mismos cantantes.

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