Los frutos de la Misa son inagotables

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Los frutos de la Misa son inagotables, porque son los frutos mismos del sacrificio de la Cruz. El mismo Jesucristo es quien se ofrece por nosotros a su Padre. Es verdad que después de la Resurrección no puede ya merecer; pero ofrece los méritos infinitos adquiridos en la Pasión; y los méritos y las satisfacciones de Jesucristo conservan siempre su valor, al modo como Él mismo conserva siempre, juntamente con el carácter de pontífice supremo y de mediador universal, la realidad divina de su sacerdocio. Ahora bien, después de los sacramentos, en la Misa es donde, según el Santo Concilio de Trento, tales méritos nos son particularmente aplicados con mayor plenitud. Y por eso, todo sacerdote ofrece cada Misa no sólo por sí mismo, sino “por todos los que a ella asisten, por todos los fieles, vivos y difuntos”. ¡Tan extensos e inmensos son los frutos de este sacrificio, tan sublime es la gloria que procura a Dios!

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En la Santa Misa nos unimos a la divina Víctima

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Tenéis ciertamente que animaros, queridos esposos, pensando que el divino Autor del sacramento del matrimonio, Jesucristo Nuestro Señor, lo ha querido enriquecer con la abundancia de sus celestiales favores. El sacramento del matrimonio significa, como vosotros sabéis, la unión mística de Jesucristo con su esposa la Iglesia (en la cual y de la cual deben nacer los hijos adoptivos de Dios, herederos legítimos de las promesas divinas). Y de modo que Jesucristo enriqueció sus bodas místicas con la Iglesia, con las perlas preciosísimas de la gracia divina, se complace en enriquecer el sacramento del matrimonio de dones inefables.

Éstos son especialmente todas aquellas gracias necesarias y útiles a los esposos para conservar, acrecentar y perfeccionar cada vez más su santo amor recíproco, para observar la debida fidelidad conyugal, para educar sabiamente, con el ejemplo y con la vigilancia, a sus hijos y para llevar cristianamente las cargas que impone el nuevo estado de vida.

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La Santa Misa es verdadero Sacrificio

Servus Cordis Iesu

La santa Misa, según la enseñanza de la fe, no es otra cosa que la repetición y la continuación del sacrificio de la Cruz. Se dice que es la repetición y continuación del sacrificio de la Cruz, en cuanto nos consta por la doctrina católica que la santa Misa es el mismo sacrificio que Jesucristo hizo a Dios de sí mismo.

Esta verdad importantísima nos la enseña y propone la Iglesia católica por medio del Catecismo Romano. He aquí sus palabras: “Confesamos y así se debe creer, que es uno y el mismo Sacrificio el que se ofrece en la Misa y el que se ofreció en la Cruz, así como es una y la misma ofrenda, es a saber, Cristo Señor nuestro, el cual sólo una vez vertiendo su sangre se ofreció a sí mismo en el ara de la Cruz. Porque la hostia cruenta e incruenta no son dos, sino una misma, cuyo sacrificio se renueva cada día en la Eucaristía, después que mandó así el Señor: Haced esto en memoria mía. Y también es uno solo y el mismo Sacerdote, que es Cristo Señor nuestro. Porque los Ministros que celebran el Sacrificio, no obran en su nombre, sino en el de Cristo, cuando consagran el Cuerpo y la Sangre del Señor. Y esto se muestra por las mismas palabras de la consagración. Ya que no dice el Sacerdote: Esto es el Cuerpo de Cristo; sino: Este es mi Cuerpo. Porque representando la persona de Cristo Señor nuestro, convierte la substancia del pan y del vino en la verdadera substancia, de su cuerpo y sangre”.

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Apariciones de Nuestra Señora del Buen Suceso

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El 2 de febrero de 1634, la Madre Mariana rezaba delante del Santísimo Sacramento, ella vio que la luz del santuario se apagaba, quedando el altar a oscuras. La Santa Virgen María explicó en seguida los cinco significados de la luz del Tabernáculo que había sido apagado ante los ojos de la Madre Mariana: “El primer significado es que al final del siglo XIX y durante el siglo XX, diversas herejías serán propagadas en esta tierra, que será para entonces una República libre. Como estas herejías se propagarán y dominarán, la preciosa llama de la fe se apagará en las almas a causa de la casi total corrupción de costumbres. Durante esta época habrá grandes calamidades físicas y morales, privadas y públicas.

El pequeño número de almas que a escondidas, intenten preservar el tesoro de la fe y las virtudes sufrirán un martirio indescriptiblemente cruel y prolongado…

El segundo significado, es que mi convento, fuertemente reducido en número, será inmerso en un océano sin fondo de amargura infinita y parecerá ahogarse en sus diversas aguas de tribulaciones. Muchas vocaciones auténticas perecerán… 

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Grandeza de la vocación Sacerdotal

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Muchas cosas se podrían decir al respecto; pero limitémonos a tres, enumerando aquellas cosas que pueden entusiasmar a un joven en favor de la vocación, o a una familia a cultivarla esmeradamente en sus hijos. 

Ante todo, la vocación es grande por ser una gracia selecta del Corazón de Jesús. El candidato al sacerdocio ha sido objeto de una elección por parte de Dios; y esta elección implica una preferencia; y esta preferencia implica un amor mucho mayor.

Acordémonos del ejemplo del joven rico. Dice el Evangelio, con extremada delicadeza, que Nuestro Señor, al ver a ese joven que desde su juventud había observado todos los mandamientos, “lo miró atentamente y lo amó”. Ese es el secreto de la vocación, que podemos adivinar igualmente en todos los apóstoles. ¡Qué encantadoras son las páginas del Evangelio que nos narran el llamado de Andrés, de Juan, de Santiago, de Pedro! Cómo Nuestro Señor atrae a esos jóvenes, se los gana, los ama, los escoge, y les dice claramente: “Dejadlo todo y seguidme, que Yo os haré pescadores de hombres”. Esta elección divina supone, claro está, una providencia especial de Dios respecto de su elegido, y una singular preferencia divina.

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La vocación Sacerdotal

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La vocación sacerdotal puede definirse como “el acto por el cual Dios llama a aquellos que ha elegido desde toda la eternidad, para recibir el sacramento del Orden sagrado, es decir, para abnegarse e inmolarse por la salvación de las almas”. Estos elegidos los saca Dios de todas partes, de todas las condiciones y clases sociales; esto es, de entre los ricos y de entre los pobres, de entre los letrados y de entre los ignorantes, de entre los inocentes y santos y de entre los pecadores… “Considerad, hermanos, quiénes habéis sido llamados. Que no hay entre vosotros muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles; antes lo necio del mundo se escogió Dios, para confundir a los sabios…” (1 Cor 1, 26). 

Las únicas condiciones que se les exigen son las que reclama la Iglesia. 

1º Quererlo por un motivo recto. Esto es, no se debe aspirar al sacerdocio por razones interesadas, por lucro personal o familiar, por conseguir una mejor posición social; sino que hay que apuntar a él por un motivo sobrenatural, inspirado por la gracia. Enseña el Catecismo de Trento: “A nadie se ha de imponer temerariamente la carga de funciones tan elevadas. Nadie se arrogue esta dignidad si no es llamado por Dios (Heb. 5, 4), esto es, si no ha sido llamado por los ministros legítimos de la Iglesia; no habiendo nada más pernicioso para la Iglesia que los temerarios que se atreven a apropiarse por sí mismos este ministerio. Por eso, sólo entran por la puerta de la Iglesia a estas elevadas funciones quienes abrazan este género de vida proponiéndose servir la honra de Dios. Pero entran a este ministerio por otra parte, como ladrones, no siendo llamados por la Iglesia, quienes se proponen un fin indigno, como su comodidad e interés, o el deseo de honores y la ambición de riquezas o de beneficios. Esos tales, que se apacientan a sí mismos y no a sus rebaños (Ez. 34, 2 y 8), son llamados mercenarios por nuestro Señor (Jn. 10 12), y no sacarán del Sacerdocio sino lo que sacó Judas de su dignidad en el Apostolado, a saber, la eterna condenación”.

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