Los mismos efectos que los del Sacrificio de la Cruz

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Con ocasión del sacrificio eucarístico, la Iglesia misma cuidadosamente nos hace esta advertencia solemne; estamos en presencia de un “misterio de fe”: “mysterium fidei”

La inmolación de Cristo en el Calvario fue la expiación reparadora de todos los pecados del mundo, la fuente meritoria de todas las gracias de salvación y de nuestra felicidad eterna, el sacrificio de adoración, de acción de gracias y de ruego que procura a Dios una gloria infinita, y el supremo acto de nuestra redención.

Con su muerte en la cruz pasó ya para Cristo la hora del mérito y de la expiación; mas continúa en el sacrificio eucarístico para aplicarnos los méritos y las satisfacciones de su sacrificio redentor. Prosigue en él, también, de una manera siempre actual, la obra de glorificación de su Padre por una vida de adoración, de alabanza y de ruego, que constituye la esencia misma de la religión cristiana. Lo que corresponde a la Iglesia es unirse a la alabanza perpetua que, desde el alma de Cristo, sube sin cesar hacia Dios Trinidad. En el momento del santo sacrificio de la Misa, la Iglesia -identificada con el alma del Cristo del Gólgota- contempla lo que veía Jesús mismo desde lo alto de su cruz. Ella expía, adora, agradece y ruega a Dios, fija su mirada, como la de su Maestro, en los horizontes universales del mundo de la redención en perspectivas sin fin.

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El mismo Sacrificio que el de la Cruz

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Tocamos aquí el punto más misterioso y, a la vez, más consolador del misterio de la Misa: su identidad sustancial con el sacrificio de la Cruz, sin otra diferencia que la del modo de oblación; cruenta en el Calvario, sacramental e incruenta en el altar. Para explicar este problema, que sigue siendo un misterio, se ha recurrido a mil hipótesis diversas. Sin embargo la verdad es una. La Iglesia la busca tradicionalmente en el carácter representativo del sacrificio eucarístico con relación a la cruz. Habría llegado ya el tiempo de acallar todos esos esfuerzos de imaginación, a menudo ridículos, de los teólogos de la contrarreforma para tratar de encontrar en la inmolación eucarística los elementos de una inmolación real. Es precisamente el carácter propio del sacrificio eucarístico ser un sacrificio verdadero sin inmolación real: habiendo bastado y ampliamente, para la redención del mundo, la única oblación cruenta del Calvario. No hay por qué renovar esta muerte, ni buscar la equivalencia de un sacrificio de orden natural y de un nuevo martirio en la carne de Cristo. “El Cristo resucitado ya no muere más”. Su cuerpo en adelante impasible e inmortal, su vida bienaventurada y su estado de gloria opónense a todo lo que signifique disminución de grandeza o de gozo. El Cristo de la eternidad permanece presente ante la majestad del Padre en una felicidad beatifica y una gloria inamisible. Ahora bien, al Cristo del Cielo es a quien poseemos en la Hostia con todas sus propiedades gloriosas, al Cristo de la Hostia y al Cristo de la gloria en el mismo deslumbramiento de una vida sin fin, no es otro, pero de otra manera. No es pues directamente por el lado de la persona de Jesús que debemos buscar la solución del enigma eucarístico. Se ha de desechar en absoluto toda explicación por asimilación a un sacrificio de orden natural. Cristo eucarístico permanece invulnerable, inmortal e impasible. Sólo la luz del Evangelio puede hacernos entrar en este “misterio de fe”. Oblación e inmolación: todo acaece en el plano sacramental.

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La misma Hostia que la de la Cruz

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La sabiduría divina ha realizado en la Eucaristía una doble maravilla: la venida personal de Cristo a cada uno de sus rescatados para aplicarles todos los beneficios de la encarnación y, para la Iglesia, un culto perpetuo de alabanza infinita. Hasta es sobre todo por la Iglesia que Jesús ha instituido la Eucaristía, a fin de que posea un sacrificio que contenga al Crucificado en el acto mismo de su oblación sobre la cruz. Ninguna obra de la Iglesia militante alcanza la sublimidad de una Misa.

Como para los otros dogmas cristianos, si se quiere entrar en una inteligencia profunda del sacrificio eucarístico, hay que saberlo relacionar con las perspectivas de la encarnación redentora. Los dos misterios no hacen sino uno.

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Cuarto Domingo de Cuaresma, Domingo de Laetáre

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Este domingo, llamado Laetare (de la alegría), por comenzar así la primera palabra del Introito de la Misa, es uno de los más célebres del año. Este día, la Iglesia suspende las tristezas de Cuaresma; los cantos de la Misa sólo hablan de la alegría y el consuelo; el órgano, mudo en los tres domingos precedentes, se hace oír hoy; el diácono viste la dalmática, el subdiácono la túnica; y se permite sustituir los ornamentos de color morado por los de rosa. Ya vimos, en el Adviento, practicar estos mismos ritos en el tercer domingo llamado Gaudete. Esta nota de alegría que la Iglesia pone hoy en su Liturgia tiene por fin felicitar a sus hijos por su celo.

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