Santa María Salomé, Madre de los Apóstoles Santiago y Juan

Santa María Salomé, escena del descendimiento del Señor

Santa María Salomé ocupa un lugar importante en la historia del cristianismo por ser madre de dos apóstoles muy cercanos a Jesús: Santiago el Mayor y Juan el Evangelista. Es una de las mujeres piadosas que siguió al Señor y estuvo presente en momentos decisivos de su vida, su Pasión y Resurrección.

Contexto y Familia

Santa María Salomé era esposa de Zebedeo, un pescador de Galilea, y madre de los apóstoles Santiago y Juan. Estos dos hijos, junto a Pedro, formaban el círculo íntimo de Jesús, siendo testigos privilegiados de momentos como la Transfiguración en el Monte Tabor (cf. Mateo 17, 1-2). Según algunas tradiciones, María Salomé también era pariente de la Virgen María, lo cual explicaría, de acuerdo con algunos autores, la cercanía de su familia con Jesús.

En los Evangelios, María Salomé aparece en varios pasajes. Por ejemplo, se la menciona como una de las mujeres que, junto a María Magdalena y María, la madre de Santiago el Menor, estuvo presente al pie de la Cruz (cf. Marcos 15, 40). Su presencia en la Pasión de Cristo manifiesta una actitud de fidelidad y amor al Señor, incluso en el momento más oscuro y doloroso de su vida terrena.

Los pedidos de Salomé y el discipulado

En el Evangelio de San Mateo, se menciona un episodio donde María Salomé se acerca a Jesús para pedirle un lugar de honor para sus hijos en el Reino de los Cielos (cf. Mateo 20, 20-23). Este pasaje refleja la fe de Salomé en la realeza mesiánica de Cristo, aunque con un entendimiento aún incompleto de lo que implicaba su Reino. La respuesta de Jesús, que llama a los hijos de Zebedeo a compartir su cáliz de sufrimiento, marca un momento de enseñanza sobre la naturaleza del Reino de Dios y el verdadero significado del liderazgo cristiano.

Testigo de la Resurrección

María Salomé también es recordada por haber sido una de las mujeres que, al amanecer del primer día de la semana, fue al sepulcro de Jesús para ungir su cuerpo. Fue en esa ocasión cuando se encontró con el ángel que les anunció la Resurrección (cf. Marcos 16, 1-8). Esta escena la coloca entre los primeros testigos del acontecimiento central de la fe cristiana, la Resurrección de Cristo.

Devoción y tradición

La devoción a Santa María Salomé se ha mantenido viva en diversas tradiciones cristianas. En el calendario litúrgico tradicional, se la recuerda junto a otras mujeres santas que siguieron a Jesús. En Francia, en la región de Provenza, se venera a Santa María Salomé en la localidad de Saintes-Maries-de-la-Mer, donde, según una antigua tradición, habría llegado junto con María Magdalena y otras compañeras tras huir de las persecuciones en Tierra Santa. La iglesia de esta localidad es un importante centro de peregrinación en su honor.

Reflexión espiritual

El testimonio de Santa María Salomé es el de una madre que, por amor a Cristo, supo acompañar a sus hijos y animarlos a seguir al Señor, incluso en medio de la adversidad. Su fidelidad, no solo en los momentos de gloria de Jesús, sino también en su Pasión y Muerte, demuestra una fe profunda y una cercanía de corazón con el Redentor. Asimismo, su actitud humilde y su disposición a buscar a Cristo después de su muerte reflejan la devoción y el amor que la llevaron a ser testigo de la gran alegría de la Resurrección.

El Pecado y la Conversión

Fragmento:

“El pecado nos separa de Dios, pero su misericordia siempre está dispuesta a acogernos de nuevo si nos arrepentimos sinceramente. La conversión no es un acto único, sino un proceso continuo de alejarnos del mal y volvernos hacia Dios.”

— San Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 34, 12.

Reflexión:

El pecado es una realidad en nuestra vida, pero nunca debe llevarnos a la desesperación. Dios siempre nos ofrece el camino del arrepentimiento y la conversión. Este proceso de volver a Dios debe ser constante, un esfuerzo diario por dejar atrás el pecado y vivir según su voluntad. Hoy, examinemos nuestro corazón y pidamos la gracia de una verdadera conversión, alejándonos de lo que nos separa de Dios y abrazando su amor.