San Antonio María Claret (1807-1870)

Infancia y juventud

Antonio María Claret nació el 23 de diciembre de 1807 en Sallent, un pequeño pueblo de Cataluña, España, en el seno de una familia profundamente cristiana y trabajadora. Su padre, Juan Claret, era un sencillo fabricante de paños y su madre, Josefa Clará, una mujer piadosa que influyó notablemente en la vida espiritual de su hijo.

Desde pequeño, Antonio demostró un fuerte sentido religioso y una gran devoción a la Virgen María. De hecho, su amor por el Santo Rosario, que aprendió de su madre, fue uno de los pilares de su espiritualidad durante toda su vida. También fue un niño especialmente sensible y compasivo, lo que le granjeó un cariño especial entre quienes lo conocían.

Si bien su familia esperaba que Antonio siguiera con el negocio textil, su deseo más profundo era entregarse completamente a Dios. En su juventud, trabajó como tejedor en Barcelona, perfeccionando las habilidades que había aprendido en el negocio familiar. Sin embargo, a pesar de su éxito en el comercio, sentía un llamado mucho más fuerte hacia el sacerdocio.

Sacerdocio y predicación

En 1829 ingresó al seminario de Vic, donde fue ordenado sacerdote en 1835. Desde el principio, se destacó por su celo apostólico y por su ardiente deseo de salvar almas. Su lema personal, que mantuvo toda su vida, era: “El celo por la salvación de las almas me consume”. Tras su ordenación, comenzó a ejercer su ministerio sacerdotal en parroquias rurales de Cataluña. Sin embargo, su vocación no estaba limitada a una parroquia; sentía que su misión era mucho más amplia.

Durante los años siguientes, desarrolló una intensa actividad misionera, recorriendo a pie varias ciudades y pueblos de Cataluña y las Islas Canarias, predicando sermones llenos de fervor y llevando a cabo misiones populares. El mensaje que proclamaba era claro: el arrepentimiento, la confesión y la Eucaristía eran los pilares para la conversión y la vida cristiana.

Fundación de los Misioneros Claretianos

Viendo la necesidad de tener más sacerdotes comprometidos con la predicación, en 1849 fundó la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, conocidos hoy como los Misioneros Claretianos. Esta congregación nació con el objetivo de continuar la labor misionera en todos los rincones del mundo, bajo el amparo de la Santísima Virgen.

El carisma claretiano se centraba en la predicación, la enseñanza y la evangelización, utilizando todos los medios posibles, incluidos los escritos y publicaciones, para llevar el mensaje de Cristo. Claret también veía en la imprenta un medio poderoso para evangelizar, por lo que fundó imprentas religiosas para la publicación de folletos, libros y devocionarios, siendo un precursor de la prensa católica.

Arzobispo de Santiago de Cuba

En 1850, fue nombrado Arzobispo de Santiago de Cuba. Si bien en un primer momento trató de evitar este encargo, aceptó finalmente como una obediencia a la voluntad de Dios. Su estancia en Cuba fue un verdadero ejemplo de celo pastoral y sacrificio.

En Cuba, se enfrentó a una situación pastoral sumamente difícil: la diócesis estaba en un estado de abandono, la corrupción y la injusticia eran rampantes, y muchos fieles estaban alejados de los sacramentos. Durante los seis años que permaneció allí, realizó una intensa labor de reforma en todos los niveles. Fundó varias parroquias, impulsó la educación cristiana, reformó el clero y luchó por la justicia social, defendiendo a los pobres y esclavos, a menudo enfrentándose a poderosos intereses económicos. Esta defensa de los más necesitados le valió múltiples intentos de asesinato.

A pesar de las dificultades, Claret fue muy querido por la gente humilde de Cuba, quienes veían en él a un verdadero pastor que estaba dispuesto a dar su vida por sus ovejas. Se dedicó de manera especial a la instrucción religiosa, utilizando catecismos y otras herramientas para enseñar la doctrina cristiana.

Confesor de la Reina Isabel II y exilio

En 1857, regresó a España, donde fue llamado a la corte de Isabel II como su confesor. Aceptó el cargo bajo la condición de que se le permitiera continuar con su labor misionera y su actividad apostólica. Durante este tiempo, promovió diversas reformas morales y espirituales en la corte, aunque su cercanía con la reina le valió también muchas críticas y oposiciones políticas.

Cuando la reina Isabel II fue exiliada en 1868, Claret la acompañó a Francia. Durante su tiempo en el exilio, continuó predicando, escribiendo y evangelizando, siempre con una vida austera y de profunda oración. Su amor por la Eucaristía y la devoción al Corazón de María fueron constantes fuentes de fortaleza.

Últimos años y muerte

Los últimos años de su vida los pasó en el exilio en Francia, entre grandes sufrimientos físicos y espirituales. A pesar de su precaria salud, nunca dejó de predicar y escribir. Se retiró a la abadía cisterciense de Fontfroide, en el sur de Francia, donde falleció el 24 de octubre de 1870, a la edad de 62 años.

Espiritualidad

San Antonio María Claret es recordado por su profunda devoción mariana y eucarística. Su amor a la Virgen fue el motor de su vida espiritual y apostólica, y lo llevó a consagrarse por completo a Ella. Asimismo, tuvo una gran devoción a la Eucaristía, reconociendo en la presencia real de Cristo el centro de su vida y ministerio.

Es también un modelo de celo apostólico. Su deseo incesante de salvar almas lo llevó a recorrer grandes distancias, predicar incansablemente y emplear todos los medios posibles para la evangelización. Fue un visionario que comprendió la importancia de los medios de comunicación y la imprenta para difundir el Evangelio.

Canonización

San Antonio María Claret fue beatificado en 1934 por el Papa Pío XI y canonizado en 1950 por el Papa Pío XII. Su fiesta se celebra el 23 de octubre.

Su vida es un testimonio de entrega total a la misión de la Iglesia, de confianza plena en la Virgen María y de un incansable deseo de llevar las almas a Cristo.

Los Santos

Fragmento:

“Los santos son los amigos de Dios que han recorrido el camino de la fe y han alcanzado la meta de la santidad. Son ejemplos para nosotros, mostrándonos que la vida en Cristo es posible y que el Cielo está al alcance de todos los que lo siguen con fidelidad.”

— San Bernardo de Claraval, Sermón sobre Todos los Santos.

Reflexión:

Los santos son nuestros modelos y compañeros en el camino hacia el Cielo. Sus vidas nos enseñan que, con la gracia de Dios, podemos superar las dificultades de este mundo y alcanzar la santidad. No importa cuán débiles nos sintamos; si ponemos nuestra confianza en Dios, Él nos llevará a la plenitud de la vida. Hoy, invoquemos la intercesión de los santos, para que nos ayuden a seguir su ejemplo y a vivir en fidelidad a Cristo.