La Gracia de Dios

Fragmento:

“Sin la gracia de Dios, el hombre no puede salvarse. La gracia es un don gratuito que Dios nos concede, para que, siendo débiles, podamos hacer lo que es imposible por nuestras solas fuerzas. Quien persevera en la gracia, camina seguro hacia la vida eterna.”

— Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I-II, q. 109, a. 1.

Reflexión:

La gracia es el don que nos permite participar de la vida divina. Sin ella, nuestras acciones no pueden llevarnos a la salvación. Es un regalo inmerecido que nos eleva y nos capacita para hacer el bien y evitar el mal. Hoy, agradezcamos a Dios por las gracias que nos concede y pidamos la perseverancia en su gracia, conscientes de que sin ella nada podemos hacer.

Novena por las benditas almas del Purgatorio – Día primero

ORACIÓN INICIAL PARA TODOS LOS DÍAS

Padre celestial, Padre amorosísimo, que para salvar las Almas quisiste que tu Hijo unigénito, tomando carne humana en las entrañas de una Virgen purísima, se sujetase a la vida más pobre y mortificada, y derramase su Sangre en la cruz por nuestro amor: Compadécete, de las benditas almas del Purgatorio y líbralas de sus horrorosas llamas. Compadécete también de la mía, y líbrala de la esclavitud del vicio.

Y si tu Justicia divina pide satisfacción por las culpas cometidas, yo te ofrezco todas las obras buenas que haga en este Novenario. De ningún valor son, es verdad; pero yo las uno con los méritos infinitos de tu Hijo divino, con los dolores de su Madre santísima, y con las virtudes heroicas de cuantos justos han existido en la tierra. Míranos, vivos y difuntos, con compasión, y haz que celebremos un día tus misericordias en el eterno descanso de la gloria. Amén.

CONSIDERACIONES PARA EL DÍA PRIMERO


Muchas son las penas que sufren las benditas almas del Purgatorio pero la mayor de ellas consiste en pensar que por los pecados que cometieron en vida han sido ellas mismas la causa de sus propios sufrimientos.
¡Oh Jesús, Salvador mío!, yo que tantas veces he merecido el infierno, ¿cuánta pena no experimentaría ahora, si me viese condenado al pensar que yo mismo había sido la causa de mi condenación? Gracias te doy por la paciencia que conmigo haz tenido, dame gracia para apartarme de las ocasiones de ofenderte y ten piedad de las almas que sufren en aquel fuego por causa mía.
Y Tú, ¡Oh María, Madre de Dios! socórrelas con tus poderosos ruegos.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria

Se pide interiormente a Cristo crucificado lo que desea conseguir por medio de esta novena para sufragio de las almas del Purgatorio. 

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS

Oh María, Madre de misericordia: acuérdate de los hijos que tienes en el purgatorio y, presentando nuestros sufragios y tus méritos a tu Hijo, intercede para que les perdone sus deudas y los saque de aquellas tinieblas a la admirable luz de su gloria, donde gocen de tu vista dulcísima y de la de tu Hijo bendito.
Oh glorioso Patriarca San José, intercede juntamente con tu Esposa ante tu Hijo por las almas del purgatorio. Amén.

Dales, Señor el descanso eterno, y brille para ellas la Luz que no tiene fin.

Que descansen en paz. Amén.

Que las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.

Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.

San José, ruega por nosotros.

San Rafael, Arcángel

San Rafael es uno de los tres arcángeles mencionados en las Sagradas Escrituras, junto con San Miguel y San Gabriel. Su nombre, del hebreo Rafa-El, significa “Dios sana” o “Medicina de Dios”, lo que refleja su papel como un arcángel asociado a la curación y la protección divina.

San Rafael en la Escritura

El libro de Tobías, un libro deuterocanónico del Antiguo Testamento, es la única parte de la Biblia donde se menciona explícitamente a San Rafael. Esta narración es fundamental para entender su misión:

1. Acompañante del joven Tobías: San Rafael aparece como un hombre común, bajo el nombre de Azarías, y es enviado por Dios para acompañar al joven Tobías en un largo viaje que emprende por orden de su padre, Tobit. Tobit, un hombre piadoso y ciego, necesita ayuda para recuperar un dinero que había dejado en otra ciudad y también ruega a Dios por la curación de su vista.

2. Protector en el viaje: San Rafael guía y protege a Tobías a lo largo del viaje. Durante el camino, ayuda a Tobías a capturar un pez en el río Tigris, cuyas partes (el hígado, el corazón y la hiel) tienen propiedades curativas según las instrucciones de San Rafael. Con estos elementos, más adelante, Tobías puede liberar a Sara, su futura esposa, de la influencia del demonio Asmodeo, que había causado la muerte de sus anteriores esposos.

3. Curación de Tobit: Al regresar del viaje, San Rafael instruye a Tobías para que unja con la hiel del pez los ojos de su padre Tobit, lo que milagrosamente restaura su vista. De este modo, San Rafael se manifiesta como intercesor y agente de la curación divina.

4. Revelación de su identidad: Después de cumplir su misión, San Rafael revela su verdadera identidad a Tobit y su familia, diciéndoles que él es uno de los siete arcángeles que están ante el trono de Dios (Tobías 12, 15). Les pide que den gracias a Dios por su intervención y les enseña a alabar y bendecir al Señor por su misericordia.

San Rafael en la Tradición

Además de su papel en el libro de Tobías, la tradición cristiana ha vinculado a San Rafael con otras misiones importantes, aunque no estén explícitamente narradas en la Escritura. Se le considera el patrono de los viajeros, de los enfermos y de los médicos, por su papel como protector y sanador. Su intervención no se limita a lo físico, sino también a la sanación espiritual y moral.

San Rafael es invocado con frecuencia en oraciones para pedir protección en los viajes, curación en las enfermedades y guía en momentos de confusión o peligro. Por eso, su intercesión es muy popular en la vida devocional de la Iglesia.

San Rafael en la Liturgia

En el calendario litúrgico tradicional, su fiesta se celebra el 24 de octubre, como recuerdo de su intervención en la vida de Tobías y su papel como uno de los siete arcángeles. En la liturgia, se lo invoca como uno de los grandes protectores de la humanidad, junto a San Miguel y San Gabriel.

Iconografía

San Rafael es frecuentemente representado en la iconografía cristiana con un bastón de viajero, acompañado de Tobías y un pez, simbolizando su papel en el viaje de Tobías y la curación de su padre. A veces también se lo representa con una flor de lirio, que simboliza la pureza y el consuelo espiritual que ofrece a quienes están en aflicción.

Devoción y Patronazgo

San Rafael es el patrón de varias órdenes religiosas, hospitales, médicos, farmacéuticos, y viajeros. En la actualidad, su devoción sigue viva en la Iglesia, especialmente en momentos en que los fieles buscan curación física o espiritual. Muchas iglesias y capillas están dedicadas en su honor, y su imagen es común en lugares de oración y peregrinación.

Reflexión Espiritual

San Rafael Arcángel nos recuerda la continua presencia de los ángeles en nuestras vidas. Su misión como “medicina de Dios” es un testimonio del amor de Dios por sus criaturas, brindando asistencia tanto en las dificultades físicas como espirituales. El viaje de Tobías es una metáfora del propio viaje espiritual del hombre, en el que Dios provee guía, protección y sanación a través de sus ángeles.

San Rafael es un modelo de obediencia perfecta a la voluntad de Dios y un intercesor poderoso al que podemos acudir en momentos de necesidad. Su historia nos enseña que Dios, en su providencia, siempre envía ayuda a quienes lo invocan con fe, especialmente a través de sus ángeles.

El Infierno

Fragmento:

“El infierno es el lugar de separación eterna de Dios, reservado para aquellos que rechazan su amor y misericordia hasta el final. Allí, el alma experimenta el sufrimiento más grande, que es la ausencia de Dios, fuente de toda felicidad y bien.”

— San Alfonso María de Ligorio, La Verdad de la Fe, cap. VI.

Reflexión:

El infierno es una realidad que nos recuerda la gravedad del pecado y las consecuencias de apartarse voluntariamente de Dios. Sin embargo, Dios no quiere la condenación de nadie; nos ofrece su amor y perdón continuamente. El infierno es el resultado de rechazar esa oferta de misericordia. Hoy, reflexionemos sobre la importancia de vivir en gracia y pidamos la fuerza para perseverar en el camino del bien, conscientes de que el amor de Dios es lo único que nos puede colmar plenamente.

San Antonio María Claret (1807-1870)

Infancia y juventud

Antonio María Claret nació el 23 de diciembre de 1807 en Sallent, un pequeño pueblo de Cataluña, España, en el seno de una familia profundamente cristiana y trabajadora. Su padre, Juan Claret, era un sencillo fabricante de paños y su madre, Josefa Clará, una mujer piadosa que influyó notablemente en la vida espiritual de su hijo.

Desde pequeño, Antonio demostró un fuerte sentido religioso y una gran devoción a la Virgen María. De hecho, su amor por el Santo Rosario, que aprendió de su madre, fue uno de los pilares de su espiritualidad durante toda su vida. También fue un niño especialmente sensible y compasivo, lo que le granjeó un cariño especial entre quienes lo conocían.

Si bien su familia esperaba que Antonio siguiera con el negocio textil, su deseo más profundo era entregarse completamente a Dios. En su juventud, trabajó como tejedor en Barcelona, perfeccionando las habilidades que había aprendido en el negocio familiar. Sin embargo, a pesar de su éxito en el comercio, sentía un llamado mucho más fuerte hacia el sacerdocio.

Sacerdocio y predicación

En 1829 ingresó al seminario de Vic, donde fue ordenado sacerdote en 1835. Desde el principio, se destacó por su celo apostólico y por su ardiente deseo de salvar almas. Su lema personal, que mantuvo toda su vida, era: “El celo por la salvación de las almas me consume”. Tras su ordenación, comenzó a ejercer su ministerio sacerdotal en parroquias rurales de Cataluña. Sin embargo, su vocación no estaba limitada a una parroquia; sentía que su misión era mucho más amplia.

Durante los años siguientes, desarrolló una intensa actividad misionera, recorriendo a pie varias ciudades y pueblos de Cataluña y las Islas Canarias, predicando sermones llenos de fervor y llevando a cabo misiones populares. El mensaje que proclamaba era claro: el arrepentimiento, la confesión y la Eucaristía eran los pilares para la conversión y la vida cristiana.

Fundación de los Misioneros Claretianos

Viendo la necesidad de tener más sacerdotes comprometidos con la predicación, en 1849 fundó la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, conocidos hoy como los Misioneros Claretianos. Esta congregación nació con el objetivo de continuar la labor misionera en todos los rincones del mundo, bajo el amparo de la Santísima Virgen.

El carisma claretiano se centraba en la predicación, la enseñanza y la evangelización, utilizando todos los medios posibles, incluidos los escritos y publicaciones, para llevar el mensaje de Cristo. Claret también veía en la imprenta un medio poderoso para evangelizar, por lo que fundó imprentas religiosas para la publicación de folletos, libros y devocionarios, siendo un precursor de la prensa católica.

Arzobispo de Santiago de Cuba

En 1850, fue nombrado Arzobispo de Santiago de Cuba. Si bien en un primer momento trató de evitar este encargo, aceptó finalmente como una obediencia a la voluntad de Dios. Su estancia en Cuba fue un verdadero ejemplo de celo pastoral y sacrificio.

En Cuba, se enfrentó a una situación pastoral sumamente difícil: la diócesis estaba en un estado de abandono, la corrupción y la injusticia eran rampantes, y muchos fieles estaban alejados de los sacramentos. Durante los seis años que permaneció allí, realizó una intensa labor de reforma en todos los niveles. Fundó varias parroquias, impulsó la educación cristiana, reformó el clero y luchó por la justicia social, defendiendo a los pobres y esclavos, a menudo enfrentándose a poderosos intereses económicos. Esta defensa de los más necesitados le valió múltiples intentos de asesinato.

A pesar de las dificultades, Claret fue muy querido por la gente humilde de Cuba, quienes veían en él a un verdadero pastor que estaba dispuesto a dar su vida por sus ovejas. Se dedicó de manera especial a la instrucción religiosa, utilizando catecismos y otras herramientas para enseñar la doctrina cristiana.

Confesor de la Reina Isabel II y exilio

En 1857, regresó a España, donde fue llamado a la corte de Isabel II como su confesor. Aceptó el cargo bajo la condición de que se le permitiera continuar con su labor misionera y su actividad apostólica. Durante este tiempo, promovió diversas reformas morales y espirituales en la corte, aunque su cercanía con la reina le valió también muchas críticas y oposiciones políticas.

Cuando la reina Isabel II fue exiliada en 1868, Claret la acompañó a Francia. Durante su tiempo en el exilio, continuó predicando, escribiendo y evangelizando, siempre con una vida austera y de profunda oración. Su amor por la Eucaristía y la devoción al Corazón de María fueron constantes fuentes de fortaleza.

Últimos años y muerte

Los últimos años de su vida los pasó en el exilio en Francia, entre grandes sufrimientos físicos y espirituales. A pesar de su precaria salud, nunca dejó de predicar y escribir. Se retiró a la abadía cisterciense de Fontfroide, en el sur de Francia, donde falleció el 24 de octubre de 1870, a la edad de 62 años.

Espiritualidad

San Antonio María Claret es recordado por su profunda devoción mariana y eucarística. Su amor a la Virgen fue el motor de su vida espiritual y apostólica, y lo llevó a consagrarse por completo a Ella. Asimismo, tuvo una gran devoción a la Eucaristía, reconociendo en la presencia real de Cristo el centro de su vida y ministerio.

Es también un modelo de celo apostólico. Su deseo incesante de salvar almas lo llevó a recorrer grandes distancias, predicar incansablemente y emplear todos los medios posibles para la evangelización. Fue un visionario que comprendió la importancia de los medios de comunicación y la imprenta para difundir el Evangelio.

Canonización

San Antonio María Claret fue beatificado en 1934 por el Papa Pío XI y canonizado en 1950 por el Papa Pío XII. Su fiesta se celebra el 23 de octubre.

Su vida es un testimonio de entrega total a la misión de la Iglesia, de confianza plena en la Virgen María y de un incansable deseo de llevar las almas a Cristo.

Los Santos

Fragmento:

“Los santos son los amigos de Dios que han recorrido el camino de la fe y han alcanzado la meta de la santidad. Son ejemplos para nosotros, mostrándonos que la vida en Cristo es posible y que el Cielo está al alcance de todos los que lo siguen con fidelidad.”

— San Bernardo de Claraval, Sermón sobre Todos los Santos.

Reflexión:

Los santos son nuestros modelos y compañeros en el camino hacia el Cielo. Sus vidas nos enseñan que, con la gracia de Dios, podemos superar las dificultades de este mundo y alcanzar la santidad. No importa cuán débiles nos sintamos; si ponemos nuestra confianza en Dios, Él nos llevará a la plenitud de la vida. Hoy, invoquemos la intercesión de los santos, para que nos ayuden a seguir su ejemplo y a vivir en fidelidad a Cristo.

Santa María Salomé, Madre de los Apóstoles Santiago y Juan

Santa María Salomé, escena del descendimiento del Señor

Santa María Salomé ocupa un lugar importante en la historia del cristianismo por ser madre de dos apóstoles muy cercanos a Jesús: Santiago el Mayor y Juan el Evangelista. Es una de las mujeres piadosas que siguió al Señor y estuvo presente en momentos decisivos de su vida, su Pasión y Resurrección.

Contexto y Familia

Santa María Salomé era esposa de Zebedeo, un pescador de Galilea, y madre de los apóstoles Santiago y Juan. Estos dos hijos, junto a Pedro, formaban el círculo íntimo de Jesús, siendo testigos privilegiados de momentos como la Transfiguración en el Monte Tabor (cf. Mateo 17, 1-2). Según algunas tradiciones, María Salomé también era pariente de la Virgen María, lo cual explicaría, de acuerdo con algunos autores, la cercanía de su familia con Jesús.

En los Evangelios, María Salomé aparece en varios pasajes. Por ejemplo, se la menciona como una de las mujeres que, junto a María Magdalena y María, la madre de Santiago el Menor, estuvo presente al pie de la Cruz (cf. Marcos 15, 40). Su presencia en la Pasión de Cristo manifiesta una actitud de fidelidad y amor al Señor, incluso en el momento más oscuro y doloroso de su vida terrena.

Los pedidos de Salomé y el discipulado

En el Evangelio de San Mateo, se menciona un episodio donde María Salomé se acerca a Jesús para pedirle un lugar de honor para sus hijos en el Reino de los Cielos (cf. Mateo 20, 20-23). Este pasaje refleja la fe de Salomé en la realeza mesiánica de Cristo, aunque con un entendimiento aún incompleto de lo que implicaba su Reino. La respuesta de Jesús, que llama a los hijos de Zebedeo a compartir su cáliz de sufrimiento, marca un momento de enseñanza sobre la naturaleza del Reino de Dios y el verdadero significado del liderazgo cristiano.

Testigo de la Resurrección

María Salomé también es recordada por haber sido una de las mujeres que, al amanecer del primer día de la semana, fue al sepulcro de Jesús para ungir su cuerpo. Fue en esa ocasión cuando se encontró con el ángel que les anunció la Resurrección (cf. Marcos 16, 1-8). Esta escena la coloca entre los primeros testigos del acontecimiento central de la fe cristiana, la Resurrección de Cristo.

Devoción y tradición

La devoción a Santa María Salomé se ha mantenido viva en diversas tradiciones cristianas. En el calendario litúrgico tradicional, se la recuerda junto a otras mujeres santas que siguieron a Jesús. En Francia, en la región de Provenza, se venera a Santa María Salomé en la localidad de Saintes-Maries-de-la-Mer, donde, según una antigua tradición, habría llegado junto con María Magdalena y otras compañeras tras huir de las persecuciones en Tierra Santa. La iglesia de esta localidad es un importante centro de peregrinación en su honor.

Reflexión espiritual

El testimonio de Santa María Salomé es el de una madre que, por amor a Cristo, supo acompañar a sus hijos y animarlos a seguir al Señor, incluso en medio de la adversidad. Su fidelidad, no solo en los momentos de gloria de Jesús, sino también en su Pasión y Muerte, demuestra una fe profunda y una cercanía de corazón con el Redentor. Asimismo, su actitud humilde y su disposición a buscar a Cristo después de su muerte reflejan la devoción y el amor que la llevaron a ser testigo de la gran alegría de la Resurrección.

El Pecado y la Conversión

Fragmento:

“El pecado nos separa de Dios, pero su misericordia siempre está dispuesta a acogernos de nuevo si nos arrepentimos sinceramente. La conversión no es un acto único, sino un proceso continuo de alejarnos del mal y volvernos hacia Dios.”

— San Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 34, 12.

Reflexión:

El pecado es una realidad en nuestra vida, pero nunca debe llevarnos a la desesperación. Dios siempre nos ofrece el camino del arrepentimiento y la conversión. Este proceso de volver a Dios debe ser constante, un esfuerzo diario por dejar atrás el pecado y vivir según su voluntad. Hoy, examinemos nuestro corazón y pidamos la gracia de una verdadera conversión, alejándonos de lo que nos separa de Dios y abrazando su amor.

San Hilarión, Abad (291-371)

Fiesta: 21 de octubre

Patronazgo: Protector contra las tentaciones y los malos espíritus.

Primeros Años y Conversión

San Hilarión nació en el año 291 en Tabata, una pequeña aldea cercana a Gaza, en Palestina. Sus padres eran paganos, pero en su juventud fue enviado a estudiar a Alejandría, un importante centro cultural y académico. Fue allí donde Hilarión se convirtió al cristianismo, movido por el testimonio de los cristianos y la predicación de la fe. La experiencia de su conversión fue profunda, y desde entonces abrazó una vida de ascetismo y entrega a Dios.

Durante su estancia en Alejandría, conoció la fama de San Antonio Abad, quien vivía como anacoreta en el desierto. Inspirado por su ejemplo, Hilarión decidió visitar a San Antonio para recibir formación en la vida ascética y monástica. Permaneció con él por algún tiempo, aprendiendo la oración, el ayuno y las prácticas espirituales, hasta que decidió regresar a Palestina para vivir su propio retiro en soledad.

Vida de Anacoreta

De vuelta en Palestina, Hilarión se estableció en el desierto, cerca de Majuma, el puerto de Gaza. Tenía aproximadamente quince años y se dedicó de lleno a una vida de penitencia, oración y mortificación. Su dieta consistía en un poco de pan y agua, y por cama se servía del suelo cubierto con una capa de piel. Llevaba una vida muy austera y oraba continuamente. Su testimonio pronto empezó a atraer a personas de los alrededores, que acudían a él en busca de consejo espiritual y sanación de sus dolencias.

San Hilarión fue dotado por Dios con dones de curación y exorcismo. Según la tradición, sus oraciones obtenían numerosas curaciones milagrosas, y sus exorcismos eran particularmente eficaces, lo que atrajo aún más personas a él. Sin embargo, el abad, buscando el silencio y la soledad, se retiró en varias ocasiones a lugares más alejados para evitar la fama y las distracciones.

Fundador del Monacato en Palestina

Aunque San Antonio es conocido como el padre del monacato en Egipto, San Hilarión fue el fundador del monacato en Palestina. A diferencia de Antonio, que vivía de forma completamente solitaria, Hilarión organizó una comunidad de discípulos a los que dirigía en la vida de oración y penitencia. A medida que crecía la fama de su santidad, muchos hombres se unieron a él para seguir su modo de vida. Enseñó a sus discípulos a vivir en pequeñas celdas, cultivando la oración y la penitencia, pero también dedicándose al trabajo manual y al servicio de los necesitados.

Entre los muchos discípulos que acudieron a él se encontraban personas de distintas regiones, y de este modo el movimiento monástico iniciado por San Hilarión se expandió a lo largo de Palestina y más allá. La influencia de su vida y enseñanzas se hizo sentir a lo largo de toda la región.

Peregrinaciones y Últimos Años

San Hilarión, buscando una mayor soledad, decidió dejar Palestina debido a la multitud de personas que acudían a él. Durante los últimos años de su vida, peregrinó a diferentes lugares en búsqueda de paz y retiro. Viajó a Egipto, Libia y Sicilia, y finalmente se estableció en Chipre, donde pasó sus últimos días. Allí encontró nuevamente la soledad, aunque su fama continuaba extendiéndose, y aún en su vejez, las personas acudían a él en busca de su intercesión.

San Hilarión falleció en el año 371 a la edad de ochenta años. Su muerte fue llorada por los muchos discípulos que había formado y por quienes habían recibido su ayuda y consejo espiritual. La noticia de su fallecimiento se extendió rápidamente y su fama como santo continuó creciendo.

Espiritualidad y Legado

San Hilarión es recordado como un gran asceta y guía espiritual. Su vida de austeridad extrema y dedicación a la oración sirvió como modelo para muchos monjes y ermitaños en Palestina. Introdujo la vida monástica en una región donde el ideal de la soledad y el recogimiento aún no estaba plenamente desarrollado, y lo hizo con un enfoque práctico, enseñando a sus discípulos a equilibrar la oración, la mortificación y el trabajo.

La espiritualidad de San Hilarión estaba caracterizada por una gran humildad y desapego de los bienes materiales. Consideraba la vida en el desierto como una oportunidad para combatir las tentaciones y un medio para alcanzar una mayor unión con Dios. Además, su confianza en la providencia divina y su fe inquebrantable lo hicieron un ejemplo de vida cristiana para muchas generaciones de monjes y cristianos.

San Jerónimo escribió una biografía de San Hilarión en su obra Vida de San Hilarión, que es la principal fuente sobre su vida. Este relato ha sido considerado como un testimonio valioso de la espiritualidad y el ideal monástico en los primeros siglos del cristianismo.

El Santo Temor de Dios

Fragmento:

“El temor de Dios es el principio de la sabiduría. No se trata de un miedo servil, sino de un respeto profundo y reverente hacia la majestad y justicia de Dios. Este temor nos aparta del pecado y nos impulsa a vivir de acuerdo con su voluntad.”

— San Agustín, Enarrationes in Psalmos, Ps. 111.

Reflexión:

El santo temor de Dios es un regalo que nos permite ver la grandeza de Dios y nuestro lugar como criaturas suyas. Nos ayuda a comprender la seriedad del pecado y el valor de vivir conforme a los mandamientos divinos. Este temor no nos aleja de Dios, sino que nos acerca más a Él, reconociendo su justicia y misericordia. Hoy, pidamos a Dios que nos conceda el don del santo temor, para que podamos vivir siempre bajo su mirada amorosa.