Fiesta del Santísimo Corazón de Nuestro Señor

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El culto del Sagrado Corazón, escribió el Cardenal Pie, es la quintaesencia del cristianismo; el compendio y sumario de toda la religión. El cristianismo, obra de amor en su principio, en su progreso y consumación, con ninguna otra devoción se identificará tan absolutamente como con la del Sagrado Corazón.

El objeto de la devoción al Sagrado Corazón, es este mismo Corazón, abrasado en amor hacia Dios y los hombres. Desde la Encarnación, efectivamente, Nuestro Señor Jesucristo es el objeto de la adoración y amor de toda creatura, no sólo como Dios, sino también como Hombre-Dios. Hallándose unidas la divinidad y la humanidad en la única persona del Verbo divino, merece todos los honores de nuestro culto, tanto en cuanto hombre, como en cuanto Dios; y así como en Dios son adorables todas las perfecciones, todo es adorable también en Cristo: su Cuerpo, su Sangre, sus Llagas, su Corazón; y por esto ha querido la Iglesia exponer a nuestra adoración, estos objetos sagrados.

El día de hoy nos muestra de una manera especial el Corazón del Salvador y quiere que le honremos, ya lo consideremos en Sí mismo, o como el símbolo vivo de la caridad.

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El Rey de la familia

Publicado por: Servus Cordis Iesu

A vosotros, recién casados, a las palabras de saludo y bendición nos es grato añadir una palabra de exhortación que nos sugieren las circunstancias de esta audiencia que precede en un día a la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.

La devoción al Sacratísimo Corazón del Redentor del mundo, que en estos últimos tiempos se ha difundido tan admirablemente por toda la Iglesia en las más elevadas y varias manifestaciones, ha sido establecida y querida por el mismo Salvador divino, al solicitar y sugerir Él mismo los obsequios con que deseaba fuese honrado su Corazón adorable.

Jesús determinó el fin de esta querida devoción, cuando en la más célebre de las apariciones a Santa Margarita María Alacoque prorrumpió en aquellas doloridas palabras: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y de tantos beneficios les ha colmado, que no ha rehusado nada hasta agotarse y consumarse por testimoniarles su amor: y en cambio no recibe de la mayor parte de ellos sino ingratitudes”.

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El Espíritu Santo y la Santidad

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Continuemos describiendo las operaciones del Espíritu Santo en el alma del hombre. Su fin es formar en nosotros a Jesucristo por medio de la imitación de sus sentimientos y de sus actos. ¿Quién conoce mejor que este divino Espíritu las disposiciones de Jesús, cuya humanidad santísima produjo en las entrañas de María, de Jesús, de quien se posesionó y con quien habitó plenamente, a quien asistió y dirigió en todo por medio de una gracia proporcionada a la dignidad de esta naturaleza humana unida personalmente a la divinidad? Su deseo es reproducir una copia fiel de él, en cuanto que la debilidad y exigüidad de nuestra humilde personalidad, herida por el pecado original, se lo permitiere.

Sin embargo, de eso el Espíritu Santo obtiene en esta obra digna de Dios nobles y felices resultados. Le hemos visto disputando con el pecado y con Satanás la herencia rescatada por el Hijo de Dios; considerémosle trabajando con éxito en la “consumación de los santos”, según expresión del Apóstol. Se posesiona de ellos en un estado de degradación general, les aplica en seguida los medios ordinarios de santificación; pero resuelto a hacerles alcanzar el límite posible a sus fuerzas del bien y de la virtud, desarrolla su obra con ardor divino. La naturaleza está en su presencia: naturaleza caída, infestada con el virus de la muerte; pero naturaleza que conserva todavía cierta semejanza con su Criador, del que conserva señales en su ruina. El Espíritu viene, pues, a destruir la naturaleza impura y enferma y al mismo tiempo a elevar, purificando, a la que el veneno no contaminó mortalmente. Es necesario, en obra tan delicada y trabajosa, emplear hierro y fuego como hábil médico, y ¡cosa admirable!, saca el socorro del enfermo mismo para aplicarle el remedio que sólo puede curarle. Así como no salva al pecador sin él, así no santifica al santo sin ser ayudado con su cooperación. Pero anima y sostiene su valor por medio de mil cuidados de su gracia y la naturaleza corrompida va insensiblemente perdiendo terreno en esta alma, lo que permanecía intacto va transformándose en Cristo y la gracia logra reinar en el hombre entero.

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La Lira del Espíritu Santo

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Benedicto XV le propone como modelo a los que tienen como misión el enseñar las ciencias sagradas, para que, a ejemplo suyo, no desfiguren el sentido de las Sagradas Escrituras según el capricho de sus ideas personales, y que, en sus comentarios, no se aparten ni un solo ápice del sentido tradicional de la Iglesia “columna y fundamento de la verdad”, la única intérprete y guardiana de la Revelación.

Apoyándose de este modo en la Escritura y la Tradición, San Efrén enseñó una teología elevadísima y sumamente pura. Expuso con claridad la doctrina del pecado original, de la gracia, de las virtudes y de los vicios. Recuerda a menudo el dogma de la presencia de Dios y la cuenta que hemos de dar de todas nuestras acciones al sumo Juez. Entre los teólogos de su tiempo, nadie expuso con tanta precisión el misterio de la Iglesia, Esposa mística de Cristo, Madre y maestra de los fieles. Comprendió de modo notable el papel de la Liturgia. Recordó también las prerrogativas y los deberes de la jerarquía, la excelencia del sacerdocio.

Compuso varias homilías en verso e himnos, que causan y causarán siempre la admiración de los que las estudian, por la belleza de su forma literaria, por la firmeza y la profundidad de sus enseñanzas, y por la claridad de la exposición doctrinal. Instruye por medio de la belleza, levanta los espíritus y mueve los corazones. Se le ha llamado la Lira del Espíritu Santo.

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El Santísimo Sacramento en el centro de la Liturgia

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La luz del Espíritu Santo, que vino a aumentar en la Iglesia la inteligencia siempre viviente del misterio de la augusta Trinidad, la lleva a contemplar en seguida esta otra maravilla que concentra ella misma todas las operaciones del Verbo encarnado, y nos conduce desde esta vida a la unión divina. El misterio de la Sagrada Eucaristía va a aparecer en todo su esplendor, y es importante disponer los ojos de nuestra alma para recibir saludablemente la irradiación que nos aguarda. Lo mismo que no hemos estado nunca sin la noción del misterio de la Santísima Trinidad, y que nuestros homenajes se dirigen siempre a ella; así también la Sagrada Eucaristía no ha dejado de acompañarnos en todo el curso de este año litúrgico, ya como medio de rendir nuestros homenajes a la suprema Majestad, ya como alimento de la vida sobrenatural. Podemos decir que estos dos inefables misterios nos son conocidos y que los amamos; pero las gracias de Pentecostés nos han abierto una nueva entrada en lo más íntimo que tienen; y, si el primero nos pareció ayer rodeado de los rayos de una luz más viva, el segundo va a brillar para nosotros con un resplandor que los ojos de nuestra alma nunca habían recibido.

Siendo la Santísima Trinidad, como hemos hecho ver, el objeto esencial de toda la religión, el centro a que vienen a parar todos nuestros homenajes, aun cuando parezca que no llevamos una intención inmediata, se puede decir también que la Sagrada Eucaristía es el más precioso medio de dar a Dios el culto que le es debido, y por ella se une la tierra con el cielo. 

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Fiesta del Corpus Christi

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Oh Dios, que bajo este admirable Sacramento, nos dejaste el recuerdo de tu pasión: suplicámoste hagas que veneremos de tal modo los sagrados Misterios de tu Cuerpo y Sangre, que sintamos siempre en nosotros el fruto de tu redención. 

Del santo Evangelio según San Juan (VI, 56-59)

En aquel tiempo dijo Jesús a las turbas de los judíos: Mi carne es verdaderamente comida, y mi sangre es verdaderamente bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre: así, el que me coma a mí, también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo. No será como con vuestros padres, que comieron el maná y murieron. El que coma este pan, vivirá eternamente.

El discípulo amado no podía pasar en silencio el misterio del amor. Sin embargo de eso, cuando escribió su Evangelio, la institución de este sacramento estaba suficientemente relatada por los tres Evangelistas que le habían precedido, y por el Apóstol de los gentiles. Sin repetir esta historia divina, completa su relato con el de la solemne promesa que hizo el Señor, un año antes de la Cena, a orillas del lago de Tiberíades.

A las numerosas muchedumbres que atrae en pos de Sí por el reciente milagro de la multiplicación de los panes y peces, Jesús se presenta como el verdadero Pan de vida venido del cielo y que preserva de la muerte, a la indiferencia del maná que dio Moisés a sus padres. La vida es el primero de los bienes, así como la muerte es el último de los males. La vida reside en Dios como en su origen; solo Él puede comunicarla a quien quiere, y devolverla a quien la perdió.

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Almas santas en torno al Corpus Christi

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Santas Juliana de Cornillon y Eva de San Martín de Lieja 

Al tiempo mismo en que el brazo victorioso del héroe cristiano, Simón de Monforte, el paladín de la fe, abatía a la herejía, Dios preparaba a su Hijo, indignamente ultrajado por los sectarios en el Sacramento de su amor, un triunfo más pacífico y una reparación más completa. En 1208, una humilde religiosa hospitalaria, Juliana de Mont-Cornillon, cerca de Lieja, tuvo una visión misteriosa en que se le apareció la luna llena, faltando en su disco un trozo. Después de dos años le fue revelado que la luna representaba la Iglesia de su tiempo, y que el pedazo que faltaba, indicaba la ausencia de una solemnidad en el Ciclo litúrgico. Dios quería dar a entender que una fiesta nueva debía celebrarse cada año para honrar solemne y distintamente la institución de la Eucaristía; porque la memoria histórica de la Cena del Señor en el Jueves Santo, no respondía a las necesidades nuevas de los pueblos inquietados por la herejía; y no bastaba tampoco a la Iglesia, ocupada por otra parte entonces por las importantes funciones de ese día, y absorbida pronto por las tristezas del Viernes Santo.

Al mismo tiempo que Juliana recibía esta comunicación, la fue mandado poner manos a la obra y hacer conocer al mundo la divina voluntad. Veinte años pasaron antes de que la humilde y tímida virgen se lanzase a tomar sobre sí tal iniciativa. Se abrió por fin a un canónigo de San Martín de Lieja, llamado Juan de Lausanna, a quien estimaba singularmente por su gran santidad, y le pidió tratase del objeto de su misión con los doctores. Todos acordaron reconocer que no sólo nada se oponía al establecimiento de la fiesta proyectada, sino que resultaría, por el contrario, un aumento de la gloria divina y un gran bien de las almas. Animada por esta decisión, la Bienaventurada hizo componer y aprobar para la futura fiesta un oficio propio, que comenzaba por estas palabras: Animarum cibus, del que quedan todavía algunos fragmentos,

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El Espíritu Santo en María Santísima

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Adornada por el Espíritu Santo, después de la humanidad de nuestro Redentor, de todos los dones que podían acercarla, cuanto era posible a una criatura, a la naturaleza divina a la que la Encarnación la había unido, el alma, la persona toda de María fue favorecida en el orden de la gracia más que todas las creaturas juntas. No podía ser de otro modo, y se concebirá por poco que se pretenda sondear por medio del pensamiento el abismo de grandezas y de santidad que representa la Madre de Dios. María forma ella sola un mundo aparte en el orden de la gracia. Hubo un tiempo en que ella sola fue la Iglesia de Jesús. Primeramente fue enviado el Espíritu para ella sola, y la llenó de gracia en el mismo instante de su inmaculada concepción. Esta gracia se desarrolló en ella por la acción continua del Espíritu hasta hacerla digna, en cuanto era posible, a una criatura, de concebir y dar a luz al mismo Hijo de Dios que se hizo también suyo. Hemos visto al Espíritu Santo enriquecerla con nuevos dones, prepararla para una nueva misión; al ver tantas maravillas, nuestro corazón no puede contener el ardor de su admiración ni el de su reconocimiento hacia el Paráclito que se dignó portarse con tanta magnificencia con la Madre de los hombres.

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El Doctor Evangélico

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Se diría que la Sabiduría eterna se complacía en destruir hasta los últimos momentos todos los planes de San Antonio. De sus veinte años de vida religiosa, pasó diez con los canónigos regulares, adonde el divino llamamiento dirigió los pasos de su graciosa inocencia cuando contaba quince años. Allí su alma seráfica se eleva a las alturas, que la retienen para siempre, al parecer, en el secreto de la paz de Dios, cautivada por los esplendores de la Liturgia, el estudio de las Sagradas Escrituras y el silencio del claustro.

De pronto el Espíritu divino le invita al martirio: y le vemos abandonar su claustro amado y seguir a los Frailes Menores a playas en las cuales muchos han recibido ya la palma gloriosa. Pero el martirio que le espera, es el del amor; enfermo, reducido a la impotencia antes que su celo haya podido trabajar en el suelo africano, la obediencia le llama a España, y he aquí que una tempestad le arroja a las costas de Italia. Por entonces San Francisco de Asís reunía por tercera vez, después de su fundación, a toda su admirable familia. Antonio apareció allí, tan humilde, tan modesto, que nadie se preocupó de él. El ministro de la provincia de Bolonia fue quien le recogió, y, no encontrando en él ninguna capacidad para el apostolado, le señaló como residencia la ermita del monte de San Pablo. Su cargo fue el de ayudar al cocinero y barrer la casa. Durante este tiempo, los canónigos de San Agustín lloraban a aquel que poco antes había sido la gloria de su orden por su nobleza, su ciencia y su santidad.

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Don de Temor de Dios

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El don de temor está en la base de todo el edificio de la perfección cristiana. Nos establece en la actitud fundamental que conviene a toda criatura frente a la infinita grandeza de Dios: la conciencia de nuestra nada: “Yo soy Aquel que soy, tú eres aquella que no es”, decía Dios a Santa Catalina de Siena. Elimina de una vida humana el mayor obstáculo para la santidad: el orgullo. El alma, penetrada de su total impotencia y olvidada de sí misma, guárdase bien de sustraer a Dios aun la menor partícula de gloria. Como la Virgen del Magnificat en medio de los prodigios operados en ella, se deja atrás el alma a sí misma para no cantar sino la efusión de las misericordias divinas: “El Omnipotente ha hecho en mí cosas grandes. Y su nombre es Santo” (Lc 1, 49). Dios se complace en colmar, con sus gracias de predilección, a un alma en la cual está seguro de que todas las mercedes de sus divinas manos redundarán en gloria suya.

El don de temor, valioso auxiliar de la templanza, desempeña un papel decisivo, más importante todavía para la economía de nuestra vida espiritual, en el florecimiento de la esperanza. Ayudando al alma a acordarse de su fragilidad natural y a no apoyarse en ella misma, la impulsa a refugiarse en Dios, a confiarse en Él solo. Despojada de todo amor propio, libertada de todo repliegue sobre sí, el alma cuenta en adelante únicamente con los méritos de Cristo y con la soberana bondad de Dios. El espíritu de temor la arroja en una confianza audaz y filial, que muy pronto la conduce al abandono total, forma suprema del amor.

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