Es el momento de consagraros al Sagrado Corazón

Publicado por: Servus Cordis Iesu

En una hora difícil para la sociedad cristiana, pero menos angustiosa que la presente, nuestro glorioso predecesor León XIII recordaba en su Encíclica “Annum sacrum” cómo, cuando la Iglesia se encontraba oprimida bajo el yugo de los Césares, la cruz se apareció en lo alto a un joven emperador, como auspicio y causa de la próxima victoria; y añadía: “He aquí que hoy se ofrece a nuestra mirada otra divina señal llena de auspicios: el sacratísimo Corazón de Jesús, coronado por la cruz y brillante de espléndido fulgor entre las llamas. En Él se deben colocar todas las esperanzas: a Él se debe pedir, y de Él se debe esperar la salvación de los hombres”.

Dios, que ha creado al hombre para amarle y para ser amado de él, no ha hecho una llamada solamente a su inteligencia y a su voluntad; para tocar su corazón, ha tomado Él mismo un corazón de carne, y porque el signo más manifiesto de amor entre dos corazones es el don total del uno al otro, Jesús se digna proponer al hombre este cambio de corazones: Él ha dado el suyo en el calvario, lo da todos los días, millares de veces, sobre el altar y en cambio pide el corazón del hombre: ¡Hijo mío, dame tu corazón! Este llamamiento universal se dirige particularmente a la familia, porque son especiales los favores que a ésta le otorga el Corazón divino.

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De la Encíclica que condena el error del liberalismo

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Es absolutamente necesario que el hombre quede todo entero bajo la dependencia efectiva y constante de Dios. Por consiguiente, es totalmente inconcebible una libertad humana que no esté sumisa a Dios y sujeta a su voluntad. Negar a Dios este dominio supremo o negarse a aceptarlo no es libertad, sino abuso de la libertad y rebelión contra Dios. Es ésta precisamente la disposición de espíritu que origina y constituye el mal fundamental del liberalismo. Sin embargo, son varias las formas que éste presenta, porque la voluntad puede separarse de la obediencia debida a Dios o de la obediencia debida a los que participan de la autoridad divina, de muchas formas y en grados muy diversos. 

La perversión mayor de la libertad, que constituye al mismo tiempo la especie peor de liberalismo, consiste en rechazar por completo la suprema autoridad de Dios y rehusarle toda obediencia, tanto en la vida pública como en la vida privada y doméstica. 

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La Compasión de Santa María junto a la Cruz

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La Compasión de Nuestra Señora. La piedad ha consagrado de una manera especial este día a la memoria de los dolores que María sufrió al pie de la cruz de su divino Hijo. La siguiente semana está consagrada toda entera a la celebración de los misterios de la Pasión del Salvador; y aunque el recuerdo de María compaciente también se halle presente en el corazón del fiel, que sigue piadosamente todos los actos de este drama, los dolores del Redentor, el espectáculo que forman la misericordia y la justicia divinas uniéndose para obrar nuestra redención, preocupan con demasiada viveza el pensamiento, para que sea posible honrar, como se merece, el misterio de la participación de María en los padecimientos de Jesús.

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Domingo de Pasión

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Después de haber propuesto a la meditación de los fieles durante las cuatro primeras semanas de Cuaresma, el ayuno de Jesús en la montaña, ahora la Iglesia consagra a la consideración de los dolores del Redentor las dos semanas que nos separan aún de la fiesta de Pascua. No quiere que sus hijos se presenten en el día de la Inmolación del divino Cordero sin haber preparado sus almas con la meditación en los dolores que Él sufrió en nuestro lugar. La Iglesia manifiesta sus dolorosos presentimientos, cubriendo la imagen del divino Crucificado. La Cruz misma ha dejado de ser visible a las miradas de los fieles; está tapada por un velo, las imágenes de los santos no están visibles; para hacer comprender a todos los fieles, que, sin penitencia, no pueden llegar a la visión de Dios. El cielo de la Iglesia se pone cada vez más sombrío; los tonos severos de los que se había revestido en el curso de las cuatro semanas que acaban de pasar, ya no son suficientes para demostrar su duelo. Preparémonos, pues, a estas fuertes impresiones desconocidas con harta frecuencia por la piedad superficial de nuestros tiempos.

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Nuestra Madre Dolorosa y Corredentora

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El sol va acercándose a su ocaso; hay que encerrar en el sepulcro el cuerpo de quien es el autor de la vida. La madre concentra toda la energía de su amor en un último beso y oprimida de un dolor inmenso como el mar, entrega este cuerpo adorable, a aquellos que después de haberlo embalsamado, le deben encerrar bajo la piedra de la tumba. Se cierra el sepulcro y María acompañada de Juan, su hijo adoptivo, y de Magdalena, seguida de los dos discípulos que han asistido a las exequias, y de las santas mujeres, se internan en la ciudad maldita.

¿No veremos nosotros en todo esto, nada más que el espectáculo de las aflicciones que ha padecido la madre de Jesús junto a la cruz de su hijo? ¿No había sido intención de Dios el haberla hecho asistir en persona a la muerte de su hijo? ¿Por qué no la ha arrancado de este mundo, como a José, antes de que llegara el día en que la muerte de Jesús debía causar en su corazón una aflicción, que sobrepasara a todas aquellas que han padecido todas las madres después del origen del mundo? Dios no lo ha hecho porque la nueva Eva tenía que desempeñar un papel al pie del árbol de la cruz. Del mismo modo que el Padre celestial requirió su consentimiento antes de enviar al Verbo Eterno a esta tierra, fueron requeridas la obediencia y abnegación de María para la inmolación del Redentor. ¿No era este hijo, que ella había concebido después de haber consentido en el ofrecimiento divino, el bien más querido de esta madre incomparable? El cielo no se lo debía de arrebatar sin que ella misma lo ofreciera.

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Anunciación de la Santísima Virgen María

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Este día es grande en los anales de la humanidad, aún en los ojos de Dios: pues es el aniversario del acontecimiento más solemne que se haya cumplido en el tiempo. El Verbo divino, por el cual el Padre creó al mundo, se hizo carne en el seno de una virgen y habitó entre nosotros. Adoremos la grandeza del Hijo de Dios que se humilló; demos gracias al Padre “que amó al mundo hasta darle su Hijo único y al Espíritu Santo cuya virtud todopoderosa obró tan profundo misterio”. En este tiempo tenemos aquí un preludio de las alegrías de Navidad; dentro de nueve meses el Emmanuel concebido en este día, nacerá en Belén y los conciertos de los ángeles nos convidarán a celebrar este nacimiento.

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San José, Esposo de la Virgen, Confesor y Patrono de la Iglesia Católica

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Considera la santidad del glorioso san José y la alteza de sus merecimientos, a quien la sagrada Historia llama absolutamente justo, porque se ajustó siempre en todo a la voluntad de Dios. Contempla a Dios mirando con su infinita sabiduría y providencia a todos los siglos, mirando a todos los hombres para escoger de ellos el más benemérito para esposo de su Santísima Madre, y padre, según la opinión, suyo; y eligió como el más digno a san José, por donde podrás rastrear la grandeza de su santidad y la alteza de sus merecimientos. Gózate de su santidad y alaba al Señor por la grandeza de sus merecimientos y por la dignidad soberana a la que le sublimó, y saca de aquí nuevo aprecio y devoción con este santísimo patriarca, y propósitos de imitarle.

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El Martirio de María Santísima

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Jesús y María han llegado a la cumbre de esta colina que debe servir de altar al más augusto de los sacrificios; mas el decreto divino no permite a la madre acercarse a su hijo. Cuando la víctima esté preparada se acercará aquella que la deba ofrecer. Esperando este solemne momento ¡qué tormentos para Nuestra Señora a cada martillazo que daban en el madero sobre los miembros delicados de su Jesús! Y cuando, por fin, le es permitido acercarse con Juan el discípulo amado, con Magdalena y las otras compañeras; ¡qué angustias mortales experimenta el corazón de esta madre, que, elevando sus ojos, contempla con lágrimas el cuerpo destrozado de su hijo, violentamente extendido sobre el patíbulo con el rostro bañado en sangre, y cubierto de esputos, con la cabeza coronada con una diadema de espinas!

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Jesucristo te ha mandado parte de su Cruz

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Con su providencia el Señor dispone que las contrariedades de este mundo sirvan de freno al pecado y de escala para subir al Paraíso, porque alejan el corazón del hombre del apego a las realidades terrenas, que es un considerable obstáculo para nuestra salvación. De esto hay que estar convencidos, sabiendo que la cruz es el camino regio para el Paraíso, por el que ha pasado nuestro Señor Jesucristo y hemos de recorrer tanto más nosotros sus criaturas, si queremos alcanzar el Paraíso para el que hemos sido creados.

¿Estás muy afligido y angustiado? Entonces te encuentras en el camino verdadero y seguro que conduce al cielo. Te debo, sin embargo, advertir que no basta con cargar la cruz para salvarse; es indispensable soportarla como Cristo y con Cristo. Con Cristo, esto es, con su santa gracia, sin la cual toda acción y sufrimiento nuestros carecen de mérito; y como Cristo, es decir, con sentimientos de humildad, paciencia, resignación, con los cuales él ha llevado la suya. Solo aquéllos que, con Él y como Él, llevan su cruz y participan en su Pasión son dignos de participar de su gloria. Por tanto, trata de llevar tu cruz con la ayuda de Cristo, alejando de ti lo que pueda privarte de los méritos de la misma y, como Cristo, sometiéndote con humildad y resignación a la voluntad divina, para que, cargándola sobre ti como cristiano y seguidor de Jesucristo te sirva de escala rápida y segura para alcanzar aquella gloria que Dios tiene preparada para aquellos que así llevan su cruz. Reflexionando así, tu espíritu tendrá la fuerza, el valor y la fortaleza del buen soldado de Cristo.

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La vocación Sacerdotal

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La vocación sacerdotal puede definirse como “el acto por el cual Dios llama a aquellos que ha elegido desde toda la eternidad, para recibir el sacramento del Orden sagrado, es decir, para abnegarse e inmolarse por la salvación de las almas”. Estos elegidos los saca Dios de todas partes, de todas las condiciones y clases sociales; esto es, de entre los ricos y de entre los pobres, de entre los letrados y de entre los ignorantes, de entre los inocentes y santos y de entre los pecadores… “Considerad, hermanos, quiénes habéis sido llamados. Que no hay entre vosotros muchos sabios según la carne, no muchos poderosos, no muchos nobles; antes lo necio del mundo se escogió Dios, para confundir a los sabios…” (1 Cor 1, 26). 

Las únicas condiciones que se les exigen son las que reclama la Iglesia. 

1º Quererlo por un motivo recto. Esto es, no se debe aspirar al sacerdocio por razones interesadas, por lucro personal o familiar, por conseguir una mejor posición social; sino que hay que apuntar a él por un motivo sobrenatural, inspirado por la gracia. Enseña el Catecismo de Trento: “A nadie se ha de imponer temerariamente la carga de funciones tan elevadas. Nadie se arrogue esta dignidad si no es llamado por Dios (Heb. 5, 4), esto es, si no ha sido llamado por los ministros legítimos de la Iglesia; no habiendo nada más pernicioso para la Iglesia que los temerarios que se atreven a apropiarse por sí mismos este ministerio. Por eso, sólo entran por la puerta de la Iglesia a estas elevadas funciones quienes abrazan este género de vida proponiéndose servir la honra de Dios. Pero entran a este ministerio por otra parte, como ladrones, no siendo llamados por la Iglesia, quienes se proponen un fin indigno, como su comodidad e interés, o el deseo de honores y la ambición de riquezas o de beneficios. Esos tales, que se apacientan a sí mismos y no a sus rebaños (Ez. 34, 2 y 8), son llamados mercenarios por nuestro Señor (Jn. 10 12), y no sacarán del Sacerdocio sino lo que sacó Judas de su dignidad en el Apostolado, a saber, la eterna condenación”.

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