Frecuentemos el Catecismo

Publicado por: Servus Cordis Iesu

En su constitución Etsi minime, Nuestro predecesor Benedicto XIV dispone el doble ministerio, a saber: la predicación, que habitualmente se llama explicación del Evangelio, y la enseñanza de la doctrina cristiana. Acaso no falten sacerdotes que, deseosos de ahorrarse trabajo, crean que con las homilías satisfacen la obligación de enseñar el Catecismo. Quienquiera que reflexione, descubrirá lo erróneo de esta opinión; porque la predicación del Evangelio está destinada a los que ya poseen los elementos de la fe. Es el pan, que debe darse a los adultos. Mas por lo contrario, la enseñanza del Catecismo es aquella leche, que el apóstol San Pedro quería que todos los fieles habían de desear sinceramente, como los niños recién nacidos. El oficio, pues, del catequista consiste en elegir alguna verdad relativa a la fe y a las costumbres cristianas, y explicarla en todos sus aspectos. Y, como el fin de la enseñanza es la perfección de la vida, el catequista ha de comparar lo que Dios manda obrar y lo que los hombres hacen realmente; después de lo cual, y sacando oportunamente algún ejemplo de la Sagrada Escritura, de la historia de la Iglesia o de las vidas de los Santos, ha de aconsejar a sus oyentes, como si la señalara con el dedo, la norma a que deben ajustar la vida, y terminará exhortando a los presentes a huir de los vicios y a practicar la virtud.

Sigue leyendo

De la Encíclica Acerbo nimis

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La doctrina cristiana nos hace conocer a Dios y lo que llamamos sus infinitas perfecciones, harto más hondamente que las fuerzas naturales. Al mismo tiempo nos manda reverenciar a Dios por obligación de fe, que se refiere a la razón; por deber de esperanza, que se refiere a la voluntad, y por deber de caridad, que se refiere al corazón, con lo cual deja a todo el hombre sometido a Dios, su Creador y moderador. De la misma manera sólo la doctrina de Jesucristo pone al hombre en posesión de su verdadera y noble dignidad, como hijo que es del Padre celestial, que está en los cielos, que le hizo a su imagen y semejanza, para vivir con Él eternamente dichoso. Mándanos, asimismo, que nos entreguemos en manos de Dios, que cuida de nosotros; que socorramos al pobre, hagamos bien a nuestros enemigos y prefiramos los bienes eternos del alma a los perecederos del tiempo. Y sin tocar menudamente a todo, ¿no es, acaso, doctrina de Cristo la que recomienda y prescribe al hombre soberbio la humildad, origen de la verdadera gloria? Cualquiera que se humillare, ése será el mayor en el reino de los cielos. En esta celestial doctrina se nos enseña la prudencia del espíritu, para guardarnos de la prudencia de la carne; la justicia, para dar a cada uno lo suyo; la fortaleza, que nos dispone a sufrir y padecerlo todo generosamente por Dios y por la eterna bienaventuranza; en fin, la templanza, que no sólo nos hace amable la pobreza por amor de Dios, sino que en medio de nuestras humillaciones hace que nos gloriemos en la cruz. Luego, gracias a la sabiduría cristiana, no sólo nuestra inteligencia recibe la luz que nos permite alcanzar la verdad, sino que aun la misma voluntad concibe aquel ardor que nos conduce a Dios y nos une a Él por la práctica de la virtud.

Sigue leyendo

El Martillo de los herejes

Publicado por: Servus Cordis Iesu

San Roberto Belarmino, sobrino del Papa Marcelo II, nació en Montepulciano, cerca de Florencia, en 1542. Desde su juventud, mostró gran piedad y vivo deseo de apostolado. Ingresó a los 18 años en la Compañía de Jesús e hizo sus estudios en Roma, Florencia, Mondovi, Padua y Lovaina, donde fue ordenado de sacerdote y nombrado para una cátedra de teología. Pronto se le consideró como uno de los mejores teólogos de la cristiandad, y el Papa Gregorio XIII le llamó a Roma para confiarle los cursos de Controversias en el Colegio romano donde llegó a tener hasta 2.000 estudiantes. Después de haber sido nombrado provincial de Nápoles, fue de nuevo llamado a Roma por Clemente VIII, quien le nombró consultor del Santo Oficio y después Cardenal. Consagrado obispo, se trasladó en 1602 al arzobispado de Capua, administrándole durante tres años, al cabo de los cuales renunció y volvió a Roma donde permaneció hasta su muerte, acaecida en 1629. Fue beatificado y canonizado por Pío XI que le nombró Doctor de la Iglesia. 

Sigue leyendo

El Rosario en la familia (II)

Publicado por: Servus Cordis Iesu

De igual manera que habéis recibido y recibiréis las alegrías -las de hoy y las de mañana- con filial reconocimiento y prudente moderación, acogeréis con espíritu de fe y sumisión los misterios dolorosos del porvenir, cuando llegue su hora. ¿Misterios? Es el nombre que el hombre da con frecuencia al dolor, porque si no acostumbra a buscar una significación a sus gozos, querría en cambio, con su corta vista, saber la razón de sus desventuras, y sufre doblemente cuando no ve aquí abajo su por qué. La Virgen del Rosario, que es también la del “Stabat” en el Calvario, os enseñará a estar en pie bajo la cruz, por muy densa que pueda ser su sombra, porque comprenderéis con el ejemplo de esta “Mater dolorosa” y reina de los mártires, que los designios de Dios superan infinitamente los pensamientos de los hombres, y que aun cuando hieren el corazón, están inspirados por el más tierno amor de nuestras almas.

Sigue leyendo

El Rosario en la familia (I)

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El rosario, según la etimología misma de la palabra, es una corona de rosas, cosa encantadora que en todos los pueblos representa una ofrenda de amor y un símbolo de alegría. Pero estas rosas no son aquellas con que se adornan con petulancia los impíos, de los que habla la Sagrada Escritura: “Coronémonos de rosas -exclaman- antes de que se marchiten”. Las flores del rosario no se marchitan; su frescura es incesantemente renovada en las manos de los devotos de María; y la diversidad de la edad, de los países y de las lenguas, da a aquellas rosas vivaces la variedad de sus colores y de su perfume.

Sigue leyendo

El Doctor Teólogo

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Gregorio nació en Nacianzo, en Capadocia entre 325 y 330. Fue a estudiar a Atenas en Compañía de su amigo San Basilio, y con él, se aplicó a estudiar la Sagrada Escritura. Después de haber permanecido algún tiempo en la soledad fue elegido obispo de Sásima, y luego de Nacianzo, en 372, y finalmente de Constantinopla en 381 donde su primer cuidado fue combatir la herejía y atraer muchas almas a la pureza de la fe católica. Pero habiéndose levantado una persecución contra él, renunció al episcopado y volvió a Nacianzo dándose por entero a la contemplación de las cosas divinas y a la composición de obras teológicas. Fue enérgico defensor de la consubstancialidad del Hijo de Dios. Tras largos años de recogimiento y de estudio se durmió en la paz del Señor hacia el año 390.

Sigue leyendo

Tercer Domingo de Pascua

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Oh Dios, que muestras, a los que yerran, la luz de tu verdad, para que puedan tornar al camino de la justicia: da, a todos los que hacen profesión de cristianos, la gracia de rechazar lo que se opone a ese nombre, y de seguir lo que concuerda con él. 

Lección de la Epístola del Apóstol San Pedro

Carísimos: Os ruego que, como extranjeros y peregrinos, os abstengáis de los deseos carnales, que militan contra el alma, viviendo honradamente entre las gentes: para que, ya que os consideran como malhechores, al ver vuestras buenas obras, glorifiquen a Dios el día de la visitación. Estad, pues, sumisos a toda criatura humana por Dios: ya al rey, como jefe: ya a los caudillos, como enviados por él para castigo de los malhechores y alabanza de los buenos: porque es voluntad de Dios que, obrando el bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres imprudentes: obrad como libres, y no como teniendo la libertad por velo de la malicia, sino como siervos de Dios. Honrad a todos: amad a vuestros hermanos: temed a Dios: respetad al rey. Siervos, someteos con todo temor a los amos, no sólo a los buenos y modestos, sino también a los díscolos. Porque esto es lo grato a Dios, en nuestro Señor Jesucristo.

Sigue leyendo

San Pío V, ejemplo insigne

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Pío decía que los pontífices debían edificar la republica tanto con piedras, cuanto con virtudes. Había certeramente entendido que para regir a los hombres con paz y autoridad nada hay más valido que el ser amado de ellos y nada más impropio que el ser temido; asimismo que nada es más apto para acercar los hombres a Dios que el buscar su salvación. Por todo esto quiso dar comienzo a su ministerio de Pontífice con una gran caridad hacia los pobres y con una gran liberalidad y clemencia con todos. Decía que es tarea fundamental del Romano Pontífice la de esforzarse con empeño en que se conservara la integridad del culto divino, la disciplina eclesiástica y la moralidad de los ciudadanos. Por ello dedicó cuidado especialísimo en devolver, donde hubiera venido a menos, el esplendor primitivo del culto y también procuró restablecer a todos los niveles la verdadera piedad en la vida y costumbres.

Sigue leyendo

La Misión de una madre

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Oh madre, ilustre entre todas las madres: la cristiandad honra en ti a uno de los tipos más perfectos de la humanidad regenerada por Cristo. Antes del Evangelio, en aquellos siglos en que la mujer estaba envilecida, la maternidad no pudo tener sobre el hombre sino influencia corta y con frecuencia vulgar; su papel se limitó ordinariamente a los cuidados físicos, y si se ha salvado del olvido el nombre de algunas madres, es porque supieron preparar a sus hijos para la gloria pasajera de este mundo. No se encuentra en la antigüedad pagana ninguna que se haya cuidado de educarlos en el bien, que les haya seguido para sostenerle en la lucha contra el error y las pasiones, para levantarlos en sus caídas; no se encuentra ninguna que se haya dado a la oración y a las lágrimas para obtener su vuelta a la verdad y a la virtud. Sólo el cristianismo ha revelado a la madre su misión y su poder.

Sigue leyendo

El Modelo de Nazaret

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Todos los cristianos son hijos de la Iglesia. Esta santa y dulcísima Madre, da a las almas, con el Bautismo, aquella misteriosa participación en la naturaleza divina, que se llama la gracia, y después de haberlos de este modo engendrado a la vida sobrenatural, no les abandona, sino que les procura, mediante los sacramentos, el alimento que mantendrá y desarrollará su vida. Así se la puede comparar con María, Nuestra Señora, de la cual tomó el Verbo la naturaleza humana, y que luego sostuvo y alimentó la vida de éste con sus cuidados maternos. Ahora bien, en cada uno de los hijos de la Iglesia debe estar formado Cristo, y todos deben tender a crecer “hasta ser hombres perfectos, a la medida de la edad plena de Cristo”.

Sigue leyendo