El Doctor Seráfico

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Tomás y Buenaventura, cuya obra intelectual tenía un solo fin, el de llevar a los hombres por la ciencia y el amor a esta vida eterna, que consiste en conocer al solo Dios verdadero y a Jesucristo que fue enviado; los dos fueron esas lámparas encendidas que iluminaron su siglo y caldearon las almas. Pero quiso el Señor que sacase la Iglesia principalmente su luz de Santo Tomás y su caridad inflamada de San Buenaventura. En el curso de la Cuaresma celebramos ya al Doctor Angélico, hoy, en cambio, la Iglesia orienta nuestros corazones hacia el Doctor Seráfico para tributarle nuestra alabanza y nuestra oración y recibir la lección de su vida.

Como lo advirtió el Papa Sixto V, no sólo sobresalía por la fuerza del raciocinio, por la facilidad de su enseñanza y la claridad de sus definiciones, sino que por encima de todo prevalecía por una virtud enteramente divina para mover a las almas. A la vez que iluminaba las inteligencias, predicaba a los corazones, y los conquistaba al amor de Dios. Sus mismos amigos se admiraban, y Santo Tomás preguntándole un día, en un arranque de admiración fraterna, en qué libro había podido beber esta ciencia sagrada, Buenaventura, mostrándole su crucifijo, respondió humildemente: “Esta es la fuente de donde yo saco todo lo que sé; estudio a Jesús y a Jesús crucificado”.

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Mujer ejemplar de heroísmo y virtud

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Nada ayuda tanto a orar con confianza, como la experiencia personal de la eficacia de la oración, a la que la amorosa providencia ha respondido concediendo generosamente, plenamente, lo que se le pedía. Pero muchas veces nos ha dicho la Providencia que esperemos hasta el tiempo que ella designe. Al ver retardado el cumplimiento de sus plegarias, no pocos sienten que su confianza sufre un golpe considerable, no saben estar tranquilos cuando Dios parece sordo a todas sus súplicas. No, no perdáis nunca vuestra confianza en aquel Dios que os ha creado, que os ha amado antes de que vosotros pudierais amarlo y que os ha hecho sus amigos.

Elevad la mente, queridos hijos, y escuchad lo que enseña el gran Doctor santo Tomás de Aquino cuando explica por qué las oraciones no son siempre acogidas por Dios: “Dios oye los deseos de la criatura racional, en cuanto desea el bien. Pero ocurre acaso que lo que se pide no es un bien verdadero, sino aparente, y hasta un verdadero mal. Por eso esta oración no puede ser oída de Dios. Porque está escrito: Pedís y no recibís, porque pedís mal”. Vosotros deseáis, vosotros buscáis un bien, como os parece a vosotros eso que pedís; pero Dios ve mucho más lejos que vosotros en aquello que deseáis. Así como Dios cumple los deseos que se le exponen en la oración, por el amor que tiene hacia la criatura racional, no hay que maravillarse si en algunas ocasiones no oye la petición de aquellos que ama de modo particular, para hacer en cambio lo que, en realidad, les ayuda más.

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Domingo IV después de Pentecostés

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Suplicámoste, Señor, hagas que el mundo siga, por orden tuya, un curso pacífico para nosotros; y que tu Iglesia se alegre con tranquila devoción. 

Lección de la Epístola del Apóstol S. Pablo a los Romanos (VIII, 18-23)

Hermanos: Creo que las penas de este tiempo no son comparables con la futura gloria que se revelará en nosotros. En efecto, el anhelo de las criaturas espera la revelación de los hijos de Dios. Porque las criaturas están sujetas a la vanidad, no de grado, sino por causa de aquel que las sometió con la esperanza: pues también las mismas criaturas serán redimidas de la esclavitud de la corrupción, y alcanzarán la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Porque sabemos que todas las criaturas gimen y están como de parto hasta ahora. Y no sólo ellas, sino también nosotros, que tenemos las primicias del espíritu, gemimos dentro de nosotros, esperando la adopción de los hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo: en Jesucristo, nuestro Señor.

No hay comparación entre los padecimientos temporales y la gloria eterna. De esta gloria, tan sólo queda en perspectiva la manifestación, pues su realidad ya está constituida desde ahora y no hace más que aumentar en nuestros corazones de día en día. El archivo de nuestra virtud es nuestra propia alma. Nuestras obras quedan inscritas en él en forma de merecimiento y a manera de título interno a la posesión de Dios. Cuando venga la hora de la recompensa, no nos vendrá nuestra gloria del exterior, sino de nuestra propia alma, como manifestación de lo que la gracia de Dios ha creado en ella silenciosamente, mediante nuestra fidelidad.

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El Espíritu Santo y la Santidad

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Continuemos describiendo las operaciones del Espíritu Santo en el alma del hombre. Su fin es formar en nosotros a Jesucristo por medio de la imitación de sus sentimientos y de sus actos. ¿Quién conoce mejor que este divino Espíritu las disposiciones de Jesús, cuya humanidad santísima produjo en las entrañas de María, de Jesús, de quien se posesionó y con quien habitó plenamente, a quien asistió y dirigió en todo por medio de una gracia proporcionada a la dignidad de esta naturaleza humana unida personalmente a la divinidad? Su deseo es reproducir una copia fiel de él, en cuanto que la debilidad y exigüidad de nuestra humilde personalidad, herida por el pecado original, se lo permitiere.

Sin embargo, de eso el Espíritu Santo obtiene en esta obra digna de Dios nobles y felices resultados. Le hemos visto disputando con el pecado y con Satanás la herencia rescatada por el Hijo de Dios; considerémosle trabajando con éxito en la “consumación de los santos”, según expresión del Apóstol. Se posesiona de ellos en un estado de degradación general, les aplica en seguida los medios ordinarios de santificación; pero resuelto a hacerles alcanzar el límite posible a sus fuerzas del bien y de la virtud, desarrolla su obra con ardor divino. La naturaleza está en su presencia: naturaleza caída, infestada con el virus de la muerte; pero naturaleza que conserva todavía cierta semejanza con su Criador, del que conserva señales en su ruina. El Espíritu viene, pues, a destruir la naturaleza impura y enferma y al mismo tiempo a elevar, purificando, a la que el veneno no contaminó mortalmente. Es necesario, en obra tan delicada y trabajosa, emplear hierro y fuego como hábil médico, y ¡cosa admirable!, saca el socorro del enfermo mismo para aplicarle el remedio que sólo puede curarle. Así como no salva al pecador sin él, así no santifica al santo sin ser ayudado con su cooperación. Pero anima y sostiene su valor por medio de mil cuidados de su gracia y la naturaleza corrompida va insensiblemente perdiendo terreno en esta alma, lo que permanecía intacto va transformándose en Cristo y la gracia logra reinar en el hombre entero.

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El Sacramento de la Confirmación

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El sacramento de la Confirmación es un sacramento instituido por Nuestro Señor Jesucristo para conferir al bautizado los dones del Espíritu Santo y fortificarlo en la vida cristiana. El Espíritu Santo imprime en su alma el carácter de soldado de Cristo, convirtiéndolo en un cristiano perfecto, ya que perfecciona las virtudes y dones recibidos en el bautismo.

Habiendo sido hecho soldado de Cristo, se convierte también en defensor de la fe y de la Iglesia, pues ha sido fortalecido para confesar la fe, tanto a través de sus obras como de sus palabras.

“Cuando los Apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios les enviaron a Pedro y a Juan, los cuales habiendo bajado, hicieron oración por ellos para que recibiesen al Espíritu Santo; porque no había aún descendido sobre ninguno de ellos, sino que tan sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y ellos recibieron al Espíritu Santo” (Hechos 8, 14-17).

Los siete dones del Espíritu Santo que se reciben en el sacramento de la confirmación son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. 

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La Lira del Espíritu Santo

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Benedicto XV le propone como modelo a los que tienen como misión el enseñar las ciencias sagradas, para que, a ejemplo suyo, no desfiguren el sentido de las Sagradas Escrituras según el capricho de sus ideas personales, y que, en sus comentarios, no se aparten ni un solo ápice del sentido tradicional de la Iglesia “columna y fundamento de la verdad”, la única intérprete y guardiana de la Revelación.

Apoyándose de este modo en la Escritura y la Tradición, San Efrén enseñó una teología elevadísima y sumamente pura. Expuso con claridad la doctrina del pecado original, de la gracia, de las virtudes y de los vicios. Recuerda a menudo el dogma de la presencia de Dios y la cuenta que hemos de dar de todas nuestras acciones al sumo Juez. Entre los teólogos de su tiempo, nadie expuso con tanta precisión el misterio de la Iglesia, Esposa mística de Cristo, Madre y maestra de los fieles. Comprendió de modo notable el papel de la Liturgia. Recordó también las prerrogativas y los deberes de la jerarquía, la excelencia del sacerdocio.

Compuso varias homilías en verso e himnos, que causan y causarán siempre la admiración de los que las estudian, por la belleza de su forma literaria, por la firmeza y la profundidad de sus enseñanzas, y por la claridad de la exposición doctrinal. Instruye por medio de la belleza, levanta los espíritus y mueve los corazones. Se le ha llamado la Lira del Espíritu Santo.

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El Doctor Evangélico

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Se diría que la Sabiduría eterna se complacía en destruir hasta los últimos momentos todos los planes de San Antonio. De sus veinte años de vida religiosa, pasó diez con los canónigos regulares, adonde el divino llamamiento dirigió los pasos de su graciosa inocencia cuando contaba quince años. Allí su alma seráfica se eleva a las alturas, que la retienen para siempre, al parecer, en el secreto de la paz de Dios, cautivada por los esplendores de la Liturgia, el estudio de las Sagradas Escrituras y el silencio del claustro.

De pronto el Espíritu divino le invita al martirio: y le vemos abandonar su claustro amado y seguir a los Frailes Menores a playas en las cuales muchos han recibido ya la palma gloriosa. Pero el martirio que le espera, es el del amor; enfermo, reducido a la impotencia antes que su celo haya podido trabajar en el suelo africano, la obediencia le llama a España, y he aquí que una tempestad le arroja a las costas de Italia. Por entonces San Francisco de Asís reunía por tercera vez, después de su fundación, a toda su admirable familia. Antonio apareció allí, tan humilde, tan modesto, que nadie se preocupó de él. El ministro de la provincia de Bolonia fue quien le recogió, y, no encontrando en él ninguna capacidad para el apostolado, le señaló como residencia la ermita del monte de San Pablo. Su cargo fue el de ayudar al cocinero y barrer la casa. Durante este tiempo, los canónigos de San Agustín lloraban a aquel que poco antes había sido la gloria de su orden por su nobleza, su ciencia y su santidad.

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Don de Temor de Dios

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El don de temor está en la base de todo el edificio de la perfección cristiana. Nos establece en la actitud fundamental que conviene a toda criatura frente a la infinita grandeza de Dios: la conciencia de nuestra nada: “Yo soy Aquel que soy, tú eres aquella que no es”, decía Dios a Santa Catalina de Siena. Elimina de una vida humana el mayor obstáculo para la santidad: el orgullo. El alma, penetrada de su total impotencia y olvidada de sí misma, guárdase bien de sustraer a Dios aun la menor partícula de gloria. Como la Virgen del Magnificat en medio de los prodigios operados en ella, se deja atrás el alma a sí misma para no cantar sino la efusión de las misericordias divinas: “El Omnipotente ha hecho en mí cosas grandes. Y su nombre es Santo” (Lc 1, 49). Dios se complace en colmar, con sus gracias de predilección, a un alma en la cual está seguro de que todas las mercedes de sus divinas manos redundarán en gloria suya.

El don de temor, valioso auxiliar de la templanza, desempeña un papel decisivo, más importante todavía para la economía de nuestra vida espiritual, en el florecimiento de la esperanza. Ayudando al alma a acordarse de su fragilidad natural y a no apoyarse en ella misma, la impulsa a refugiarse en Dios, a confiarse en Él solo. Despojada de todo amor propio, libertada de todo repliegue sobre sí, el alma cuenta en adelante únicamente con los méritos de Cristo y con la soberana bondad de Dios. El espíritu de temor la arroja en una confianza audaz y filial, que muy pronto la conduce al abandono total, forma suprema del amor.

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Don de Ciencia

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El don de ciencia nos hace sentir y como tocar con la mano la vanidad de toda creatura: pura nada. El hombre, que camina hacia Dios en este universo visible, no debe detenerse en su fugaz belleza; mucho menos quedar cautivo en ella. Todo ha sido hecho para elevarle hasta Dios. El papel del don de ciencia es descubrir a través de todas las cosas la Faz de Dios. Él permite al alma evadirse del apresamiento falaz de todo lo creado, hace que no se deje prender en goces transitorios y culpables, que tan pronto conviértense en amargura sin fin. Nos lo ha advertido San Pablo, diciendo que los que gozan de mujer y de todos los falsos bienes de este mundo, tengan mucho cuidado de no eternizar en ellos su corazón. Aun cuando el alma se saciara de ellos, con rapidez fulminante la muerte separa de todo: “¡El tiempo es breve! ¡La figura de este mundo pasa!” De ahí las lágrimas de los santos al recuerdo de una vida malgastada y del tiempo perdido. Reconciliados con Dios, saborean en su penitencia “la bienaventuranza de las lágrimas” (Mt 5,5).

En las almas puras y desprendidas, para quienes la creatura ha llegado a ser inofensiva, todo eleva hacia Dios. Para el alma virgen, inaccesible a la fascinación seductora de las creaturas de pecado, la creación aparece como el magnífico libro de Dios: “Los cielos narran su gloria” (Sal 18, 2) y hasta el menor átomo del universo atestigua su infinito poder. Así, el don de ciencia, que la Escritura llama “la ciencia de los santos” (Pr 9, 10), libra al alma del gusto malsano de la creatura y -maravillosa transformación- restituye a la naturaleza misma su sentido original de “signo de Dios”.

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Don de Fortaleza

Publicado por: Servus Cordis Iesu

El don de fortaleza es el Espíritu de Dios invadiendo todas las potencias del ser humano y conduciéndole, como recreándose, en medio de las dificultades más temibles, a la realización de todo lo que quiere Dios. El cristiano, revestido de “esta fortaleza de lo Alto” (Lc 24, 49) que hace a los apóstoles, avanza hacia la santidad más alta con una valentía que triunfa de todas las resistencias. Sus límites de creatura, su flaqueza personal no cuentan ya: “Dios es su roca, su apoyo inmutable”. En las circunstancias infinitamente variadas de una vida humana, el espíritu de fortaleza afírmase bajo dos aspectos esenciales: el ataque y la resistencia. Hace al alma magnánima y perseverante. Su acto supremo despliégase, principalmente, en presencia de la muerte, y podría expresarse con la célebre fórmula: “Mantenerse hasta el fin”.

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