Santa Águeda, Virgen y Mártir

Publicado por: Servus Cordis Iesu

La Santa Madre Iglesia propone hoy a nuestra veneración a la virgen siciliana Santa Águeda. Las santas tristezas del ciclo litúrgico en que nos hallamos no han de substraer nada a los homenajes que le son debidos. Cantando sus alabanzas, contemplaremos también sus ejemplos; y ella, desde el cielo, nos mirará sonriente y nos animará a proseguir por el camino único que puede conducirnos a Aquel a quien ella siguió hasta el fin en este mundo y con el que ahora reina eternamente.

Águeda nació en Catania o según piensan otros en Palermo. Sabemos por San Metodio de Constantinopla que era de familia cristiana y que para salvaguardar su virginidad tuvo que sufrir muchos ataques y aún el martirio. Sin embargo, hoy día no poseemos ningún documento contemporáneo ni sobre su vida, ni sobre su martirio del que, incluso la fecha, nos es desconocida. Pronto se extendió su culto por causa de la eficacia milagrosa de su velo contra las erupciones del Etna y de allí se propagó a toda la Iglesia. Su nombre fue incluido por San Gregorio Magno en el Canon de la Misa y en el siglo X se compuso un oficio propio en su honor.

Sigue leyendo

Santa Inés, Virgen y Mártir

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Gloria Imperecedera de la Iglesia católica, única que posee en su seno el don de la virginidad, origen de todas las grandezas, porque nace exclusivamente del amor. Honor sublime de la Roma cristiana el haber engendrado a Inés, ángel terreno, ante cuya presencia palidecen aquellas antiguas Vestales, cuya virginidad colmada de favores y riquezas, no sufrió nunca la prueba del hierro ni del fuego.

¿Existe alguna fama que se pueda comparar con la de esta joven, cuyo nombre se leerá hasta el fin del mundo en el Canon de la Misa?

Sigue leyendo

Santo Tomás de Cantorbery, Arzobispo y Mártir

Publicado por: Servus Cordis Iesu

Santo Tomás Becket nació en Londres el 21 de diciembre de 1117. Archidiácono de Cantorbery, y luego canciller de Inglaterra en 1154, sucedió en 1162 al arzobispo Thibaut. Se opuso con energía a las pretensiones de Enrique II que quería legislar contra los intereses y la dignidad de la Iglesia; tuvo que huir de su país en 1164. Después de su estancia en Pontigny donde recibió el hábito cisterciense y en Sens, pudo volver a entrar en Inglaterra en 1170, gracias a la intervención del Papa Alejandro III; pero fue para recibir allí la palma del martirio en su iglesia catedral, el 29 de diciembre de 1170. Alejandro III le canonizó el 21 de febrero de 1173.

¡Oh glorioso Mártir Tomás, defensor invicto de la Iglesia de tu Señor! A ti acudimos en este día de tu fiesta, para honrar los dones maravillosos que el Señor depositó en tu persona. Hijos de la Iglesia, nos complacemos contemplando al que tanto la amó y que tuvo en tanta estima el honor de la Esposa de Cristo, que no temió dar su vida para asegurar su independencia. Por haber amado así a la Iglesia, aun a costa de tu tranquilidad, de tu felicidad personal, de tu misma vida; por haber sido tu sublime sacrificio el más desinteresado de todos, la lengua de los malvados y de los cobardes se desató contra ti y tu nombre fue con frecuencia blasfemado y calumniado. ¡Oh verdadero Mártir, digno de absoluto crédito en su testimonio pues sólo habla y resiste en contra de sus propios intereses terrenos! ¡Oh Pastor asociado a Cristo en el derramamiento de la sangre y en la liberación de la grey!, queremos resarcirte del menosprecio que te prodigaban los enemigos de la Iglesia; queremos amarte más que lo que ellos, en su impotencia, te odiaron. Te pedimos perdón por los que se avergonzaron de tu nombre, mirando tu martirio como un escándalo en los Anales de la Iglesia.

¡Cuán grande es tu gloria, oh fiel Pontífice, al ser escogido con Esteban, Juan y los Inocentes para acompañar a Cristo en el momento de su entrada en este mundo! Bajado a la arena sangrienta a la hora undécima, no perdiste el galardón que recibieron tus hermanos de la primera hora; antes bien, eres grande entre los Mártires. Eres, pues, poderoso sobre el corazón del divino Niño que nace en estos mismos días para ser Rey de los Mártires. Haz que, con tu asistencia, podamos llegar hasta él. Como tú, nosotros también queremos amar a su Iglesia, a esa su querida Iglesia, cuyo amor le ha obligado a bajar del cielo, a esa Iglesia que tan dulces consuelos nos depara en la celebración de los excelsos misterios a los que se halla tan gloriosamente ligada tu memoria. Consíguenos la fortaleza necesaria para que no nos asustemos ante ningún sacrificio, cuando se trate de honrar nuestro glorioso título de Católicos.

Prométele de nuestra parte al Niño que nos ha nacido, a Aquel que ha de llevar sobre sus hombros la Cruz en señal de realeza, que, con la ayuda de su gracia, no nos escandalizaremos nunca de su causa, ni de sus campeones; que, dentro de la sencillez de nuestra devoción a la Santa Iglesia a quien nos ha dado por Madre, pondremos siempre sus intereses sobre todos los demás; porque sólo ella tiene palabras de vida eterna, sólo ella tiene el secreto y la autoridad para llevar a los hombres hasta ese mundo mejor que es nuestro único fin, el único que no pasa, mientras que todos los intereses terrenos no son más que vanidad, ilusión, y frecuentemente obstáculos al verdadero fin del hombre y de la humanidad.

Pero, para que esta Santa Iglesia pueda realizar su misión y salir triunfante de tantos lazos como se la tienden por todos los caminos de su peregrinación, tiene ante todo necesidad de Pastores que se parezcan a ti, ¡oh Mártir de Cristo! Ruega, pues, para que el Señor de la viña envíe obreros capaces no sólo de cultivar y de regar, sino también de defenderla de las raposas y del jabalí, que según las Sagradas Escrituras, no cesan de introducirse en ella para devastarla. Vuélvase cada día más potente la voz de tu sangre en estos tiempos de anarquía, en los cuales la Iglesia de Cristo se halla esclavizada en muchos lugares de la tierra, a los que pretendía libertar. Acuérdate de la Iglesia de Inglaterra, que tan lamentablemente naufragó, hace tres siglos, con la apostasía de tantos prelados, víctimas de aquellas mismas ideas que tú combatiste hasta la muerte. Tiéndela la mano, ahora que parece levantarse de sus ruinas, olvida las injurias hechas a tu memoria, al caer la Isla de los Santos en el abismo de la herejía. Finalmente acude en ayuda de la Esposa de Jesucristo, allí donde de cualquier modo se halle comprometida su libertad, asegurándola con tus oraciones y ejemplos un triunfo completo.

Fuente: Dom Próspero Gueranger, El Año Litúrgico